Habrán de perdonarme esta desgana,
este traje de obrera y flor del campo,
el amarillo ya maduro de la espiga
que ostento de sencilla cada sábado.
Habrán de perdonarme esta alegría,
quise decir tristeza, perdón, no me hagan caso,
a veces voy consolándome en las rosas
o vistiéndome con las espinas de los cardos.
Habrán de perdonarme este silencio
en que espero la llegada de Dios
y viene humano.
Habrán de perdonarme mi vocación de fiebre,
el color que la vida le ha otorgado a mi sangre,
esas sombras que nacen y se crecen sin muerte,
mis vestidos tan rotos, mi equipaje.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Del Libro: “Decir la noche”
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