jueves, 15 de marzo de 2012

MIQUEL CASALS ROMA: “Siento una especial devoción por cualquier manifestación artística vinculada con la espiritualidad humana”.


Por Martha Jacqueline Iglesias Herrera.

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Desde el noreste de España, llega a Miss ARTES este excelente escritor nacido en Lleida en 1968.
Miguel Casals Roma es licenciado en Derecho, su labor profesional se ha centrado en la docencia y ha sido redactor de prensa. Más que aficionado, vive volcado hacia la literatura. Esta devoción, unida a textos de gran calibre, siempre dotados de una gran belleza estilística y un profundo contenido, le han reportado un sinnúmero de satisfacciones traducidas en merecidos reconocimientos especialmente en la faceta del relato corto, donde ha obtenido los premios: Ignacio Aldecoa, Yoescribo.com, Pola de Lena, Luis Mateo Díez, Eugenio Carbajal, Moraleja, Seu Vella, sin contar en los que ha resultado finalista. Casals ha escrito más de ochenta relatos entre los que se encuentran: ¿Dónde está la Macaón?, El espíritu del Cuco, La inquietud de Domingo, La Misión de Walter, Reflexiones de una adolescente, Los libros de don Torcuato, entre otros. En su prolífico quehacer literario cuenta además con varias publicaciones, tal es el caso de sus novelas: El círculo del esplendor solar (El Andén, 2007), Elsingor 430º (Milenio, 2006) y otros diez relatos cortos.
Miguel, aunque eres de nuestros primeros miembros, es un placer tenerte de regreso y una vez más: Bienvenido.

JK: Harto del ajetreo urbano te trasladas a Artesa de Lleida, un pueblo cercano a la ciudad donde naciste. Sin embargo, para la escritura de la novela en la que estás enfrascado, me comentaste que te ibas a los Pirineos. Háblanos un poco de ese retiro, de esta cabaña a la que te trasladaste buscando un nuevo refugio a tus letras. ¿Eres un escritor de rituales? Entiéndase horarios fijos, costumbres…

Con los hábitos tienes la sensación de controlar el tiempo, el mundo. Valiéndome de ellos he podido concentrarme frente al ordenador, escribir, y terminar las obras. De lo contrario mis proyectos literarios hubiesen perecido a la menor distracción. Los hábitos me han ayudado a labrarme como escritor, pero también tienen su lado oscuro. Poco a poco dejan de ser costumbres saludables, para transformarse en compulsiones obsesivas: te conviertes en un adicto al rito y, sin él, te sientes desnudo, abandonado por las musas. Por ejemplo, cada mañana antes de escribir tengo que abrir las ventanas diez minutos para airear la casa, tomarme una taza de café y jugar una partida al solitario del ordenador. Mientras escribo siempre escucho música clásica: tengo unos cuántos cedés que coloco en escrupuloso orden. Me impongo los horarios sin necesidad de tener un patrón chasqueando un látigo. Y esto sólo es un adelanto…
Este verano he pasado unas semanas en el Pirineo, huyendo de mi profesión. Por lo tanto no he escrito. Cuando eres escritor por afición, aprovechas el tiempo libre y las vacaciones para dedicarte a lo que el trabajo te ha robado. Pero mi caso es el contrario.

JK: Hace unos meses te comentaba que, ¿Dónde está la Macaón?, es un lance universal con un mensaje intrínseco y palpable, porque más allá de la pérdida y el anhelo que siente el personaje hacia lo que no está y vive en su recuerdo, nos invita a la meditación desde su reflexión, una amenaza real que vivimos a diario en cada punto del planeta. Citando ahora tus propias palabras: “La costumbre nos engaña: la aceptamos como tal, mientras por la espalda nos quita nuestros tesoros más preciados. Nada es como ayer.” Te pregunto: ¿Cómo nació esta historia? A modo personal, ¿tiene una base real o es pura ficción?

Yo he vivido en una ciudad Lleida, rodeado de un entorno agrícola. Aquí, como en el resto del mundo, somos conscientes de muchas de las transformaciones que ha llevado a cabo el progreso, tanto las beneficiosas como las nocivas. Hay una tendencia a relacionar las agresiones contra el medio ambiente con humeantes fábricas, con metrópolis insaciables de recursos naturales y, sin embargo, consideramos a la agricultura como algo ajeno a esta destrucción. Nada más falso. La agricultura acapara mucho suelo, pues tenemos que alimentar a más de siete mil millones de humanos, muchos de ellos aún famélicos. Transformamos superficie forestal en terrenos dedicados exclusivamente a nuestra alimentación, pues no toleramos que ninguna especie, incluidos los insectos, merme nuestra producción. Con dicho fin utilizamos los pesticidas.
¿Dónde está la macaón? es una denuncia a los daños causados por los pesticidas, y tu intuición femenina no te engaña, ya que su base es real: el recuerdo que tenía de pequeño de esas hermosas mariposas, llamadas macaones, y de otros lepidópteros, además de las mariquitas, las cochinillas de la humedad y las luciérnagas, que han desaparecido de mi paisaje, fulminadas por los pesticidas. Son insectos: demasiado minúsculos y su extinción ha pasado inadvertida, devorada por la rutina diaria. Los animales no tienen valor económico para el mercado y, sin embargo, su pérdida es inmensa, pues se han labrado tras un concienzudo trabajo de la naturaleza durante millones de años y su pérdida para el ecosistema es incalculable. De esta invisible desaparición yo fui consciente por un hecho casual, mientras paseaba por el campo, evocando mi niñez. Los recuerdos fueron mi único estímulo, pues dicha extinción nunca tuvo repercusión ni denuncia en los medios de comunicación de masas, que actúan como máquinas engrasadas según las exigencias del consumismo: es más llamativo concentrar el trabajo de los redactores en crónicas sociales, como la de contar como el vecino del 40 asesinó a su hermano después de una brutal paliza.

JK: Según Jorge Luis Borges: “El cuento es el tigre de la fauna literaria… está creado para atacar y dominar a las otras bestias de la selva…”. ¿Qué opinión te merece tal reflexión y en qué consiste para ti el arte del cuento?

El cuento es la plataforma más adecuada para un escritor de ficciones. No se puede iniciar la carrera de arquitecto construyendo el Vaticano, de la misma forma que no es conveniente lanzarse a la novela sin antes pasar por el relato corto. Una novela exige meses de trabajo. Un cuento días, quizás horas. Te permite experimentar con todas las formas literarias como la escritura en primera, segunda y tercera persona, el uso del presente histórico o del pasado, los flash-backs, combinar registros depurados con otros de vulgares, entrar en contacto con diversos géneros (humor, terror…); en definitiva, evolucionar, progresar, sin apostarlo todo a una jugada, como sucedería si se emprendiese el camino de la novela.
Pero el cuento no tan sólo es la forma más adecuada de iniciación para el escritor de ficciones. Al tratarse de un relato corto, apenas quedan letras para penetrar en el alma de los personajes, pero a cambio se puede perfilar con nitidez el verdadero motor y esqueleto de las ficciones, que es la historia en sí. Las novelas están salpicadas de ramificaciones, de historias paralelas y el tronco que las articula acaba oculto entre tanta espesura. Pero en el cuento no caben las ramas, y la historia siempre se nos muestra desnuda, con toda su carga metafórica. No en vano las ficciones alegóricas como las parábolas cristianas o los cuentos de Bocaccio, por citar un ejemplo, son cortos, ya que de lo contrario se difuminaría el verdadero mensaje. En las novelas, la historia es tan compleja, que de ella no se puede extraer más que una torpe sensación de cambio y de tiempo transcurrido.
Al dominar el cuento, se dominan los principales resortes del relato, salvo el referido a los personajes. Desde este punto de vista es el rey del género literario, como el tigre lo es de la selva.

JK: Retrospección y Rodaje son dos relatos que, efectivamente, contienen cierta denuncia social. Háblanos de esta consciencia crítica que aflora en tu obra pendiente de estos conflictos existenciales marcados por tendencias de inmovilismo político.

La denuncia social está presente en todas partes: en los barrios, en la televisión, en Internet… La literatura no debería reproducir la perspectiva monolítica con la que ya nos avasallan los medios de comunicación de masas, sino ofrecer otros ángulos más atrevidos, originales. Por lo que se refiere a mí, he tenido la suerte de crecer apartado de la marginación social y, por lo tanto, no tengo experiencias que contar al respecto. Pero sí que puedo valerme de mi imaginación y mi posición en el mundo (que, como la de cualquier otro humano, es única), para ofrecer innovadores puntos de vista. Eso es lo que pretendo con dichos cuentos.
Además, Retrospección fue una experiencia literaria audaz, en la que traté de conjugar dos artificios literarios muy inusuales: la escritura en segunda persona, y la cronología inversa, es decir, la historia del personaje explicada al revés, desde su muerte al nacimiento, tendiendo un puente entre inicio y fin.
Por lo que se refiere a Rodaje, es una de esas obras en las que mantengo algunos resortes ocultos al lector, para desvelarlos al final, con la intención de avivar la tensión del relato. Más que un mensaje, lo que aporta es una antinatural mezcla entre lo cotidiano, lo vulgar y lo macabro.

JK: En la entrevista realizada a la pintora Ritta Bremer, ella planteaba que los artistas teníamos el poder en nuestras manos. En tu caso particular como escritor, ¿cómo crees traspasar las barreras de la individualidad a favor de una voz plural y en función de una resonancia colectiva?

No pretendo traspasar las barreras de la individualidad, porque soy consciente de que esto es imposible. Cada pensamiento, cada creación se gesta en una única mente y se expresa desde una única mente y puede llegar a una o varias mentes, pero siempre actuando de forma aislada. No existe el pensamiento y la expresión colectiva en términos artísticos. Otra cosa es en la arena política, donde consensuar una voz, para formar con ella un manifiesto que suscriban los ciudadanos, puede ser necesario.

 JK: Esoterismo, alquimia y revelación están presentes en la novela: “El círculo del esplendor solar”. ¿Qué lleva a Miguel Casals por el camino de la piedra filosofal y del espíritu de El Greco?

Soy un apóstata redomado que no cree en ningún dogma religioso, en particular el que se encierra en sí como un aterrado armadillo, para protegerse de las opiniones libres del exterior, que se conciben como amenazas sacrílegas. A pesar de todo, siento una especial devoción por cualquier manifestación artística vinculada con la espiritualidad humana. Entre los grandes autores, hay algunos que me parecen sobresalir en este aspecto: Mozart y sus magníficos conciertos y El Greco en lo relacionado con la pintura. La trayectoria de ambos artistas está salpicada de referencias místicas. En los cuadros manieristas del pintor toledano, las figuras humanas se moldean y alargan como espíritus. Gracias a su talento, nuestras percepciones estéticas (auditivas o visuales) pueden rozar lo sublime.
Por lo que se refiere a la piedra filosofal y al esoterismo en general, debo reconocer al principio que no me interesaban en lo más mínimo. Tengo confianza en el saber científico y deshecho las supersticiones. Pero al ambientar la novela en Toledo, el contacto se hizo inevitable. La ciudad manchega fue, durante la Edad Media, el reducto favorito de alquimistas. Entonces, a medida que avanzaban mis conocimientos sobre la materia, fui descubriendo el apasionante bagaje del conocimiento ocultista. A los profanos, apenas les llega un eco remoto y distorsionado por la parafernalia amarillista y mercantil que se ha tejido en torno a la piedra filosofal y la alquimia la cual, sirva de adelanto, fue la predecesora de la química y la farmacia modernas. Hay que sacar un cuchillo bien afilado y pelar la gruesa cortina de mentiras y supersticiones que se han tejido alrededor del ocultismo.

JK: En tu quehacer literario cuentas con una prolífica cosecha de premios y escritos. ¿Qué han significado para ti estos reconocimientos?

Por supuesto, los premios han alimentado mi orgullo, que no es distinto al del resto de mortales. Sin embargo el orgullo es como un boomerang: como más lejos se eleve, más aparatosa será su caída. Es un sentimiento de cuyo doble filo hay que desconfiar. Los premios literarios que obtuve durante el período 2004-2005 fueron un impulso para mis ánimos y no tanto para mi trayectoria como escritor, pues lo que quieren los editores es algo que venda y que funcione en el mercado. Hoy en día el marketing se ha convertido en el amo y señor de la cultura: decide lo que se publica y lo que se queda en el cajón. Es curioso como lo que en principio era una treta mercantil para vender más, un juego de apariencias, se ha convertido en el motor de las ventas. El diseño de una portada, el título de una obra, la estrategia de publicidad, el grosor del libro… son más decisivos que la calidad. Es como si admitiéramos la aberración de que la forma de vender determina el valor de una obra.
La ética publicitaria se basa en el engaño: hay que atrapar al comprador manejando sus impulsos hacia el objetivo de la venta, como un ratón que, inconsciente, camina por un circuito cerrado. Debería de ser ridículo pues los destinatarios del marketing somos seres conscientes del engaño y, sin embargo, caemos una y otra vez en sus redes.

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