Mira a la mendiga que no acierta
a distinguir al mundo de sus precarios bienes,
la que encuentras en sitios desolados
construidos con todo aquello que olvidaste,
la que arranca tu foto de un álbum del futuro
para engañar a la añoranza,
la que remueve con su aliento las ascuas del atardecer
y es la hechicera
que hace con las líneas de tus manos
un sagrario para la idolatría.
Mira a la que raja en dos
las aguas del mar de tu conciencia…
y pide, gime y vuela
por las redes tendidas de tus sueños,
la que descansa su cabeza en una almohada
hecha con plumas de la muerte
y teje con tus lágrimas
el crudo lienzo para las despedidas.