"A ti te hiere aquel que quiso hacerme daño
y el golpe de veneno contra mí dirigido
como una red pasa por mis trabajos
y en ti deja una mancha de óxido y desvelo.
No quiero ver, amor, en la luna florida
de tu frente cruzar el odio que me acecha.
No quiero que en tu sueño deje el rencor ajeno
olvidada su inútil corona de cuchillos".
Pablo Neruda
Mujer…
no me dejes pasar sin haber
inscrito mi nombre
a puro fuego en cada puerta de tu
vida,
ni sin que veas, disimulado entre
las páginas del tiempo,
ese séquito de indicios que te
dejo para después de hoy
con el que habrás de comprender
la intención secreta de mis pasos,
esos pasos invisibles que nacen
debajo de tus huellas para rectificarte el rumbo
y se interponen continuamente
entre la oscuridad y tu caída.
¿Acaso no corrijo desde siempre
tu camino de errores
con mi esfuerzo de ángel en la
vereda de la eternidad?
¿Acaso alguna vez no te fui
arrebatado de un fulgor del futuro
por los esbirros del revés y el
infortunio?
Pero no temas.
Siempre he de volver.
Aunque me roben las reliquias que
llevo en cada mano
para traspasar el umbral que
lleva a tu misterio,
aunque el susurro que me anuncia
se haga viento
y choque contra el muro de tu
atención y se extravíe,
aunque se me quiebre el talismán
con que te invoco
en la noche que avisa que no
estoy y trae tus lágrimas,
aunque el manoseo de la lluvia
borre el vestigio del olor de mi caricia.