jueves, 26 de mayo de 2016

Poema

A veces me ocurre y, de repente,
cuando decae la tarde y las ausencias
regresan a mi estancia con más furia,
te agarro de la mano y te conduzco,
en oníricos periplos, por caminos agrestes.
Y nos trazamos metas
de las que aún el final no se halle escrito.
Siempre nos quedarán pequeñas cimas
(íntimos lugares acotados)
que pueden servirnos de refugio.
Sobre la mesa están la sal y el pan: te los ofrezco
tan sólo porque ya por siempre sepas
que te guardo un cálido rincón junto a la lumbre.
A cambio, sólo pido que me oigas,
que escuches el sonar de mi aliento cada noche,
que me digas esas cosas pequeñas:
las dudas que a ambos nos afligen;
las grietas con que el tenaz silencio
nos hiere y nos aleja;
los miedos, que son muros invisibles
que a veces nos separan;
los lazos que sujetan pero que no nos atan.
Porque no quiero llorar cuando sea tarde
y nos hielen las venas los fríos del invierno.
Calendarios y termómetros anuncian
que ya está haciendo demasiado frío
en el refugio incógnito en que se aloja el alma.

Octavio Fernández Zotes

Tu nombre...




Aquí están mis visiones…
y no puedo elegir los días aunque acierte,
el pacto que a tu luz faltó para oficiarse.

Querría aquel presagio diciéndose en mis ojos,
llenar todo de ti…
donde solo he sentido tu vida que me tiene,
la hora de habitarte…
la magia de tus pasos en cada instante de mí,
como acercándose.

Querría tu ternura salvándose en mi alma,
escribirte…
aquello que en mí nace la noche de adorarte.

Querría acariciar la imagen de tu boca,
tu beso en la distancia,
un canto…
donde poder amar tu cuerpo en la nostalgia.

Querría otra vez tu voz por los rincones,
borrar esta tristeza del sueño donde reza,
la hora de esperarte.

Querría decir tu nombre:
… aunque me faltes.


Martha Jacqueline Iglesias Herrera