jueves, 30 de junio de 2016

Bécquer: el más puro romántico....




RIMA LIII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!


RIMA XII

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hourís del Profeta.

El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta,
las esmeraldas son verdes;
verde el color del que espera,
y las ondas del océano
y el laurel de los poetas.
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.

Que parecen sus pupilas
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta
que en el estío convida
a apagar la sed con ella.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.

Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
Es tu frente que corona,
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.

Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.
Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizás, si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.



RIMA XI

- Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena;
¿a mí me buscas? -No es a ti; no.

- Mi frente es pálida; mis trenzas de oro
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro;
¿a mí me llamas? -No; no es a ti.

- Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!


XCII
a Casta Esteban
Tu aliento es el aliento de las flores;
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el esplendor del día
y el color de la rosa es tu color.

Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya muerto;
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la flor.



Sobre el autor: Gustavo Adolfo Bécquer nace en Sevilla (1836) y muere en Madrid (1870). Huérfano a temprana edad, tuvo una vida llena de sinsabores y estrecheces. Sus biógrafos lo retratan tímido, retraído, soñador y refugiado en un mundo interno ante la hostilidad exterior. De ahí nace la voz más pura, cristalina e íntima de toda la lírica castellana, precisamente cuando el romanticismo se daba por terminado aparece el puro romántico. En 1861 se casa con Casta Esteban Navarro.

martes, 28 de junio de 2016

Código Balalaika





 Con lágrimas en los ojos y arrodillada entre las cenizas, Marie Kovasky trataba de rescatar la frase retenida en su memoria. La transitoriedad de un gentío se aglomeraba en torno a ella. Todos observaban atónitos las llamas casi extinguidas que en cuestión de pocas horas habían devorado prácticamente en su totalidad la estructura de aquel edificio de cuyas estrictas formas clásicas, ahora, solo quedaba el recuerdo. Advertía, a lo lejos, las murmuraciones de los allí presentes, muchos de los cuales sabía que solo se habían acercado para satisfacer una curiosidad desconocedora de límites, y para tener un tema a la hora de las tertulias vespertinas que, avivadas por lenguas inconscientes, causarían un siniestro mayor que el ocurrido.
Nada le había quedado. Sus pocas pertenencias se habían transfigurado en polvo. Todos fueron alejándose poco a poco, en la misma medida que el suceso dejaba de ser una novedad. Un silencio sepulcral fue adueñándose del lugar. El ruido de unos pasos a sus espaldas fue captado por su subconsciente, mientras su mente, desentendida del mundo exterior, ya no daba crédito a su propia existencia.
—Vamos hija, levántate. No hay marcha atrás cuando todo queda reducido a cenizas —oyó que alguien le decía.
Se volteó y alzando los ojos en un gesto involuntario advirtió la encorvada figura de un anciano que, con gesto decidido, le extendía su mano. Marie entrecerró los ojos. Las luces del atardecer se proyectaban desde las espaldas del viejo cuyo contorno resplandeciente simulaba una aparición divina.
—Como el ave Fénix renaces hoy. Lo perdido no es más que el comienzo. Nada de lo que fue volverá a ser porque lo que es, no es más que lo que acontecerá —le dijo mirándola fijamente.
—No entiendo lo que quiere decir —manifestó confundida.
—Entenderás. Las respuestas a tus interrogantes están en las soluciones de las dificultades que se avecinan.
—¿Qué más podría suceder? Se ha perdido todo —expresó angustiada.
—Has sobrevivido. Debes entender que mientras exista vida, respira la fe. No puedes permitir que tu aflicción de una noche provoque un lloro que te impida ver la luz del resto de los días.
—¿Quién es usted señor?
—Soy Tula. El señor de los caminos.
—¿Puede decirme acaso adónde conduce el mío? —preguntó incrédula.
—Tu camino conduce a tierras lejanas donde comenzarás una nueva vida. No tendrás que trabajar por alimento, pues todas las necesidades te serán satisfechas conforme a tu desvelo.
—Me gustaría tanto entenderle… pero, si todo lo que dice es cierto, puede decirme acaso, ¿cuándo he de morir?
—Nunca morirás.
—Eso es imposible; nadie es inmortal.
—¿Eso crees? Cuestión es, de puntos de vista. Tu espíritu quedará prendido del velo de la tierra por siempre. Generaciones tras generaciones inevitablemente te conocerán.
—Pero señor… —su frase quedó interrumpida.

Tula había desaparecido. Por un momento quedó desconcertada. ¿Había perdido el raciocinio o acaso era ese anciano el que estaba fuera de su juicio? Marie dio un paso hacia adelante, el primero que la alejaba del lugar, y recordó lo que continuaba a la frase retenida en su memoria: “Una vez derramadas las copas del mal…”, luego echó a correr y de golpe vinieron las palabras a su mente completando la idea evocada:
Los ángeles de la salvación fueron distraídos por el demonio. Una vez derramadas las copas del mal de nada vale intentar volverlas a su sitio, porque el juicio vota a favor de concentrarnos en tratar de salvar… lo aún no perdido”.

Martha Jacqueline