Sobre nuestros cuerpos
vertieron
las copas del abismo,
ungiendo en cada frente
un aceite de penas
inmiscible a la dicha.
Y lenguas afiladas
fueron dagas glaseadas
que cortaron de pronto,
el hilo del camino.
Al cambiar el destino
fuimos cayendo a un
vacío distante,
que fue hiriendo los
ojos
mutilando los cuerpos
aguzando gemidos…
y
entonces vino el miedo de no saber andar
al
no hallar lo perdido.
Nos fue abrazando el
cuerpo de inexorable trampa
que ahondó en nuestros
espíritus,
más no hay filo
cortante que haga raya a un diamante
siempre que sea
auténtico.
Por eso no cegaron
nuestros ojos amantes
ni de los corazones
cesaron los latidos,
que aún con los huesos
masacrados y rotos:
polvo del polvo…
renacimos.
Martha Jacqueline
Del Poemario: "Estirpes y Credos"