miércoles, 25 de mayo de 2016

Acercamiento a la obra de Carlos Castaneda: El mito del guerrero...



Por Víctor Sánchez

El «Guerrero» no existe, es un mito. Un bellísimo mito de nuestro tiempo, que al igual que todos los mitos, tiene la función de reflejar nuestras más nobles aspiraciones como mortales.
Es una invitación y una guía para el insólito proceso de convertirnos en seres mágicos mediante la encarnación del mito. Todos los pueblos de la tierra y en todos los tiempos han tenido mitos. Mitos acordes a su altura moral y a sus inclinaciones. Mitos que son de hecho uno de los mejores reflejos de los pueblos y los hombres y mujeres que lo componen.
Los mitos son en parte relatos. Relatos que la gente cuenta y que muchas veces se transmiten de generación en generación. Antropológicamente, resulta absurdo cuestionar si estos relatos son «reales» o «ficticios». Los mitos son reales en tanto que cumplen con una función real entre la gente.
Es en los mitos donde los pueblos encuentran un espejo para reflejar su mejor rostro y aún su rostro desconocido. Es un espejo en donde se refleja la cara del otro. Ese otro que soy y sin embargo no soy. De ese otro que no soy pero que sueño con ser. De ese otro que me refleja a mí mismo pero diferente; elevado, transfigurado y convertido en un ser con poder, con magia y sobre todo, libre.
El mito es la esperanza perenne del hombre que a pesar de todos sus tropiezos, sigue soñando íntimamente en la posibilidad de una vida libre de contradicciones, libre de la opresión, de la violencia y de la vorágine que compone buena parte de nuestra vida social.
El mito es a la sociedad lo que los sueños a los individuos; así, el mito es el sueño del Hombre, que nos susurra en el oído promesas de belleza y libertad.
Desde el mito de Cristo, que siendo un hombre y a través de una vida de purificación y de servicio, se transfigura y se convierte en Dios, hasta los mitos de Hércules, Quetzalcóatl, Buda y muchos otros, los temas son siempre los mismos: el hombre de profundas aspiraciones viviendo en un mundo que siempre está muy por debajo de ellas. El conflicto entre la sociedad en la que vive y las aspiraciones de su espíritu. La lucha, las dudas y las pruebas por las que tiene que atravesar para finalmente lograr su sueño: trascender el caos y el aspecto miserable de la condición humana.
Por otra parte, los mitos son una guía para la acción. Un mapa de cómo llegar a las realidades mágicas que describen. Los mitos no existen para entretener, sino para promover formas de conducta y acciones concretas que permitan al hombre salir del caos en que suele vivir encerrado.
Cuando el hombre no se pone a la altura de sus mitos y no es capaz de actuar en consecuencia, entonces los convierte en dogma y funda una religión. Cuando esto sucede, el mito pierde su papel liberador y se convierte en instrumento de opresión. Yo diría que deja de ser mito. Mientras que el mito es algo para ser vivido, el dogma es algo para ser creído; el primero invita a la acción y el segundo a la sumisión. Las iglesias y sus ministros son intermediarios innecesarios que la mayoría de las veces entorpecen cuando no lo liquidan nuestro camino (que es nuestra única vida) hacia la Libertad y el Conocimiento.
Entre los pueblos mal llamados «primitivos» los mitos y los rituales están íntimamente ligados. El rito, la ceremonia, es el tiempo «fuera del tiempo». Es el espacio donde los seres humanos serán transfigurados y habrán de encarnar a los seres mágicos de que les hablan sus canciones y leyendas. Es el tiempo mágico en que los seres de poder, luz, amor y conocimiento vienen a la tierra y se igualan con los hombres, o dicho de otro modo, el tiempo en que los hombres se convierten en los seres mágicos que sueñan ser.
Yo he vivido esa magia con los huicholes, he visto desde adentro del ceremonial (porque no puede ser visto desde afuera), cómo el Marakame se convierte en venado maíz peyote; cómo Tatewari (el abuelo fuego) canta a través de su boca y cómo los hombres se convierten en pequeños soles. Y no es como algunos creen por el mero hecho de comer peyote que los huicholes pueden encarnar sus mitos en el ceremonial. Cualquiera puede comer peyote o alguna otra planta psicoactiva; pero necesitaría de la vida disciplinada del huichol y de su entrenamiento de toda una vida para sacar el provecho que ellos sacan al tener una «visión verdadera», esto es; una visión que repercuta en mejores formas de vivir.
Del mismo modo, El Camino del Guerrero, donde los Guerreros son seres mágicos viviendo con alegría y poder en medio de la sociedad de todos los días, es un mito de nuestro tiempo. No porque los Guerreros o los Hombres de Conocimiento no tengan una existencia concreta que sí la tienen, sino porque tienen la misma función que los demás mitos: reflejar nuestras más caras y dignas aspiraciones como mortales e invitarnos a tornarlas realidad.
Don Juan le decía a Carlos Castaneda, que uno no es nunca un Hombre de Conocimiento. Del mismo modo, uno no es nunca un Guerrero al menos no del todo aunque estemos siempre luchando por llegar a serlo, siempre estamos en camino, como Genaro hacia Ixtlán. Para nosotros, el mito del guerrero es una maravillosa invitación a encarnarlo y de ese modo volverlo real en nuestra propia persona. Empieza por el trabajo de llevar un poco de ese tiempo mágico a nuestra vida de todos los días, cuando en lugar de comportarnos como máquinas que simplemente obedecen a una programación ajena, elegimos el acto a propósito y «el modo del Guerrero». Esos momentos de luz en que dirigimos nuestra vida y lo que nos sucede desde adentro, son como el tiempo mágico de una ceremonia, en que la vida nos habla personalmente y nosotros le entendemos, en que la vida se hace nuestra amiga y comprendemos lo que significa el poder y el conocimiento expresados no en la imaginación, sino en acontecimientos concretos. El reto para el que sigue el Camino del Guerrero, es trabajar duro para conseguir que esos momentos mágicos en que consigue encarnar el mito, sean cada vez más frecuentes y continuos, hasta que la magia predomine sobre la sumisión y la armonía sobre el caos. Hasta que su sueño de poder y libertad predomine sobre la realidad caótica de la gente de todos los días. Hasta que el sueño se torne realidad.