Una
noche partíamos almendras en la calle G.
Eran
más de las 12 y tú y aquella saya de flores blancas
parecían
la eternidad.
Yo me
detuve un momento a contemplar la luz
y el
paso de los autos por La Habana de 1982.
Todo
resultaba tan sencillo.
El
viejo mar bendito frente a la estatua de Calixto García.
Tu
rostro avanzando en la semiclaridad
de los pinos.
El
golpe con que mi mano buscaba en la roja intimidad de la almendra.
Todo
resultaba tan sencillo
como la
vida del agua que se escurre entre los dedos.
No
debía venir nadie.
No
esperábamos a nadie.
Yo me
detuve un momento a contemplar la luz
y el
paso de los autos por La Habana de 1982.
Tú y
aquella saya de flores blancas
parecían
la eternidad.
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