jueves, 4 de agosto de 2016

EXILIO...




 
Aún no lo sabías,
bajo el velo de la providencia se alzaba
creciendo a fuego y a memoria que no cierra
el presagio de la víspera;

hasta ser como el redoble de una oración en el altar de la plegaria
nada más que un temblor en el soplo de aquello que divino
reinaba, en la fragua del cielo, al filo de obsidiana;

el bien perdido juntando las posesiones de toda absolución
al acecho de un ademán en el contagio del ritual
vislumbrado desde las reliquias de la noche.

Muy poco percibiste,
apenas, una prolongación de lo que ahora permanece,
que despierta contigo en los rostros por los que pasarás;
y que moldea, desde tu nacimiento en otras vidas,
el paraíso que huye por los rincones de la tentación.

Un talismán de las tinieblas
sepultado en el cielo del delirio,
debajo de las fundaciones del ardor,
cubriendo la desnudez de los propósitos
en las constelaciones de todo lo imposible.

Ese tatuaje del recuerdo
que arrebata la paz hacia lo alto de la dicha,
donde algún gesto tuyo fue soborno
en la memoria de la invocación y el extravío;
mientras se precipitaba el horizonte de todo porvenir
en la multiplicada legión del espejismo.

¿Dónde acierta su lugar la emboscada inocencia?
¿Cómo nombrar el idioma de ese ángel perdido,
esa raza de infierno donde caes?

Nunca nadie te dijo.
Te invadieron tu infranqueable, fugitiva morada.

La hora de la consumación
tratando de hallar entre rescoldos el alba de la idolatría.

¿Y qué fue de la credencial, para siempre en suspenso,
con la que encandilabas los pasos para hallar la salida?

Siempre lejos allá,
donde no has sido más que los rostros por los que pasarás,
la sombra de tu exilio.


Esteban D. Fernández