He
fundado tu nombre en todo cuanto fui.
Pero
ese no es el dominio de ninguna esperanza.
Desde
allí no se llega al rostro del hechizo
donde
es fuego la encina en las ruinas de Dódona;
ni
el naipe de los días reconoce su acierto,
escudado
en nombre de un azar,
que
oculta las alianzas de conjuros y ofrendas
en
los sobres lacrados del tiempo.
La
soledad no es algo que dejó de existir.
Aún
busco en lo triste de su arcilla lo ardiente,
la
promesa del paso donde marchaste igual
que
el relevo de un ángel entre las brumas del destierro,
cercano
todavía como el instante del adiós
sellado
por lo oscuro de todo cuanto tengo.
Tal
vez fueron inútiles los ritos y los viajes,
ese
buscarte a tientas bajo el pacto de nunca
dejarnos
demasiado de la mano del sueño;
la
carne de aceptarte en el prodigio que huye
del
latido inequívoco de los deslumbramientos.
Acaso
donde estoy otra vez todavía
llegues,
con los ojos de amar, al fondo de lo cierto,
o
urdiendo en los confines de la visión más íntima
develes
el umbral de cada juramento.
¡Quién
nos salvara donde el olvido alcanza
lo
que no pudo nunca,
quién
nos librara!
Martha Jacqueline
Del Poemario: "Si no fuera de ti"