Fuiste
aquellos granos de arena
que
iban obstruyendo mi camino
y
en los que quedó impresa mi huella.
Luego
transfiguraste en las piedras
por
las que, con dificultad,
atravesaron
mis pies.
Aun
cuando en el espacio que cubrías
no
volvieron a nacer rosas,
mis
manos nada hicieron
para
complacer el anhelo de mis ojos.
Una
mañana… para mi sorpresa,
ya
no pude franquearte…
me
habías superado en estatura
impidiendo
mi andar.
Convertida
en toda una roca
quise
moverte, pero ya era tarde.
Mi
llanto… ni humedeció la tierra
ni
erosionó tu superficie,
solo
menguó mis bríos
y
alimentó los musgos
que
se extendían sobre tu entorno.
Sucumbieron
mis fuerzas pero no la pasión.
Tallando
tu cuerpo desterré lo superfluo
dando
vida a mis sueños;
y
ya ves, qué sublime escultura
nació
de aquel atasco.
Me
afamó tu presencia:
bien
que afloraste estas dotes tan ocultas de artista,
y
si te debo las lágrimas de ayer
¿por
qué no? hoy también te debo esta sonrisa.
Martha Jacqueline
Del Poemario: "De Estirpes y Credos"