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martes, 18 de abril de 2017

Supernatural (cuento)...



Cárcel de mayores…


¿Qué hubo brother? Tira el jolongo por ahí y acomódate… que esto, es pa’ largo. Yo soy Santana, Carlos Santana. ¡Hombre que no es broma! Pero sin líos man, que la superestrella y yo, lo único que tenemos en común, aparte del nombre, es la guitarra. Mira, a ver cómo te explico. El socio que tengo dentro y yo, no somos la misma cosa; estamos juntos pero no revueltos. Él, no tiene nombre ni reputación y, como dice el dicho: «Dime con quién andas y te diré el resto». ¡Mira que se ha metido en líos el cojonudo éste! Pero, ¿qué puedo hacer? Ando con esta cruz a cuestas desde hace treinta y cinco años. Me tiene la autoestima hecha un pingajo; pero, a fin de cuentas, la convivencia no es asunto fácil, y menos, cuando se trata de uno mismo. 
 
El “Santana” lo heredé del puro. La familia siempre pensó que era un apellido bendecido, ¿tú sabes?... supersticiones y esas cosas. En cambio, el nombre, sufrió una suerte de azar. Primero querían ponerme Pedro Santana, por un político dominicano; luego, Manuel Santana, por un tenista español; pero al final, ni Pedro ni Manuel, al diablo los dos. Uno, porque el puro se enteró que la República no prosperó bajo su mandato; y el otro, si bien al final triunfó, en cierto modo, empezó siendo un recogepelotas; así, que a resumidas cuentas, no quisieron marcar mis bolas de esta forma. Fue tiempo después, cuando se enteraron del éxito del guitarrista, que el puro afinó la puntería y se casó con mi madre de penalti. Ya en este punto, el “Carlos” me había quedado tatuado.
 
Aquí guardo una foto. Sí, no hay problem man, ríete. Por esta época tenía… déjame ver… dos años y unos meses. ¿Viste el tacho? Tal parece que me electrocuté. Chama mío y juro que lo desconecto. La guitarra de al lado creo que fue encargada junto con el espermatozoide. ¡Tremendos crazy mis puros! ¿Eh? Yo no recuerdo nada de esta etapa, pero el papel no miente y menos con esta traza.
 
A los puros los perdí con doce años. ¿Sabes? Murieron en un accidente automovilístico. Parece que el puro se fue del aire, y se salió de la carretera. Cayeron en una cuneta, allá por el interior. Dicen que me salvé en tablita porque ellos pensaban llevarme en aquel viaje; pero después, no sé qué pasó. Así, que mírame aquí. ¡Qué cosa man! La vida es un carajo. Estuve meses sin poder pegar un ojo en toda la noche. Excepto Nancy, toda la familia se había ido pa’l Yuma cuando el Mariel. Al tiempo que los puros dejaron este mundo, yo dejé de creer… no tuve fe en más ná. No solo me dejaron huérfano de padre y madre, con rabia hacia Dios y el peso de este nombre; sino también, bajo la tutela de Nancy. La muy perra acabó permutando nuestra casona de Miramar por un cuartucho de solar allá por la Habana Vieja; y luego, se sopló la astilla con el querindango dejándome más limpio que una patena. Lo único que me quedó man… fue la guitarra.
Como a los quince años conocí a Gina D’ Ángelo. ¡Qué clase de hembra la muy salá! Brother… imagínate a la mujer de tus sueños con más curvas que mi guitarra y con nombre de película. Ella era traductora de Inglés y la jeva de Ezaquiel, un marinero de raza, de la raza de los cornudos el muy cabrón. Man… por eso yo lo digo, con el material take care; te haces el listo y ¡zas!, te dan. Pero Gina no era mala mujer, me consta; eso sí, fogosa como ninguna la H.P.  
 
Nos conocimos en el cumpleaños de santo de un socio mío. Unos gringos venían filmar la cuestión y ella era la traductora. Brother… parecía una diva, por no decir, una diosa. Mi socio le lanzó unos disparos, pero ¡qué va!, ella lo planchó. ¿Sabes? Eso me gustó. Aunque entrando en talla loco… a mí, ni me miró. ¡Mira que le metieron balas! Le descargaron toda la artillería pesada, pero ni pestañeó. Nadie se la pudo llevar.
 
Esa misma semana volví a verla, en casa de Beba.
 
La vieja era la costurera del barrio, un poco lleva y trae, pero tremenda pura. Brother… imagínate que saliendo por la puerta de su casa con un pantalón a golpe de parches y zurcidos, entró Gina. Nos cruzamos en el mismísimo pasillo y ni me reconoció. Volví atrás como una flecha y me clavé detrás de la puerta como una estaca. Me quedé en white. No se me ocurría nada para volver a entrar. Fue la primera vez que la vi en pelota y, ¡qué pelota! Beba, con el centímetro, le medía aquí y allá; casi me da un patatús. Yo ya me había tirado unos cuantos cascos del barrio en aquel entonces; pero Gina era carne de primera, parecía una de esas estrellas porno que me llegaban clandestinas.
 
Rajé dos de los parches que puso Beba en el pantalón y toqué la puerta. «Pasa» dijo. Cuando entré ya Gina tenía puesto el vestido; pero brother… a partir de ahí, mis ojos disparaban ráfagas de rayos x. «Pura, me fui a poner el pantalón y voló el parche» le solté. «Mijo, te dije que este pantalón ya está muy pasado; pero bueno, déjalo ahí y ven más tarde a buscarlo a ver qué puedo hacer… pero no te aseguro nada, acuérdate que yo soy costurera no maga», me dijo. Me quedé parado mirando a Gina; sabía que debajo del vestido estaba tal y como vino al mundo. Comencé a sudar. «Santanita, ven más tarde», dijo Beba. «Sí, pura», dije y me fui. «Santanita ni Santanita… yo soy Santana ¡coño!, Carlos Santana», pensé.
 
Sin darme cuenta di tremendo portazo. Y entonces, como quien no quiere las cosas, pegué el oído a la puerta y escuché mi nombre. «¿Cómo el guitarrista?», preguntaba Gina. Beba dijo otra cosa que no entendí y volví a escuchar su voz. «¡Pero qué vulgar es!», le escuché decir. Brother… fíjate bien, no un cubo de agua, torpedos de hielo fue lo que me disparó. La cosa se me complicaba. El problem ya no eran los veinte años de diferencia entre “nos”, sino también, mi jerga. Enfilé por ese pasillo como si tuviera un guisaso en el culo acabado de prender.
 
Entré al cuartucho del solar y me tumbé en el catre. Atrás vino Nancy con su jodedera y la mandé al carajo. No estaba pa’ nadie. ¡Al diablo esa jeva!, pensé. ¡Qué tanta palabrería ni ocho cuarto! Venir con ese prisma. Lo que necesita es candela a ver si se le quita la bobería esa. Cuando vino buscándome Vivian la volé con ella. Le eché un buen palo y luego la corrí. Gina no se me quitaba de la cabeza.
 
Miré el reloj y habían pasado dos horas.
 
Volví a casa de Beba a buscar el pantalón. No más tenía dos: el que llevaba puesto y aquel. Cuando llegué la puerta estaba abierta. Beba me vio desde la cocina y me dijo: siéntate. Vi el pantalón donde mismo lo había dejado y con los mismos huecardos. Me encabroné con la pura man… tengo que reconocerlo. Pero luego vino con un papelito doblado y me lo dio. Esta es la dirección de Gina, la muchacha que estaba aquí cuando viniste ¿recuerdas? Ve a su casa que ella te va a resolver unos pantaloncitos de medio palo que eran de su marido. Ofendido le devolví el papel. «No pura… no, desmaya eso, a mí no me hace falta lo del brother ése». «No sea así Santanita; Gina lo hace de buena fe y mira que con eso vas tirando por un tiempo». «Si me hace un favor pura, no se me ponga brava… pero no me diga más Santanita». «Ay mijo, pero si yo te lo digo de cariño». «Sí pura, pero yo no estoy acostumbrao a la mariconería ésa… y me disculpa la palabra». «Está bien, no te lo digo más; pero, ¿vas a ir o no?» «Ya veré… pura, deme el pantalón». «Nada de eso, déjalo aquí; si resuelves te lo llevas, sino, yo te lo arreglo».
 
Brother, enfilé de nuevo por ese pasillo, pero en vez de con un guisaso, con una bala de cañón. No me pude aguantar y fui directo al house. ¡Qué pantalones ni que mierda! Fui detrás de ella.
 
Vivía como a once cuadras del solar, en un edificio. En los bajos había varias casillas. D’Ángelo, apartamento trece, leí. No esperé ni el elevador. Subí esas escaleras como alma que lleva el diablo. Toqué el timbre. Gina me abrió en bata de baño. Me quedé mirándola con cara de carnero degollao. «Pasa y siéntate», dijo y se perdió tras una puerta. Entré y brother, ¡tremendo gao! Estaba montado del pi al pa, con todo. De pronto, me acordé de nuestra casa de Miramar… de los puros… y me cayó un gorrión del carajo.
 
Debajo de la mesita de centro había un libro abierto con algunas partes señaladas. Cogí el bolígrafo y en el papelito de la dirección copié el título y el autor. El apellido del socio que lo escribió era Tostón o algo así. Recuerdo que pensé que los que le meten a la talla esa de la escritura tienen raro hasta el nombre.
 
Gina se demoró un poco pero volvió a salir en bata de baño y con un bulto en la mano.
 
«Santana ¿no?», dijo. «Sí, yo soy Carlos Santana, un placer». Claro brother… le tiré palabritas de película para entrarle. Ella me miró extrañada. «Gina D’ Ángelo», respondió seca. «Mira, aquí hay dos pantalones sin estrenar y dos de uso que están casi nuevos. ¿Qué talla usas?», preguntó. «La treinta y dos», contesté. «Es la misma que usaba mi esposo, así que estás de suerte. Él casi siempre está de viaje y mucha ropa se le queda nueva… cuando vuelva a ordenar el closet, veré si hay algo más». «No se preocupe, con esto tengo», le dije radiografiándola. «Bueno, ahora si me disculpas, tengo cosas que hacer», dijo caminando hacia la puerta. «Sí, no tenga pena… ya me voy y muchas gracias». Brother, salí de allí todo un “Don” y olvidando el “Nadie”. Ya le tenía la chapa cogida. Lo demás, era cuestión de time. 
 
Volví a mi búnker man, tiré el bulto en el catre y me tumbé mirando al techo. Esa mujer me tenía crazy. El fogón estaba más frío que un muerto y el refrigerador sin jama; pero ni me encabroné, yo estaba happy. Cuando abrí el bulto, brother, no supe cuáles eran los pantalones de uso y cuáles los nuevos. Con decirte, que renové la percha con dos Jordache, un Armani y un Fariani. 
 
Después de eso no volví a verla en un año. Ella se había pirado para República Dominicana por una onda de la pincha. En ese tiempo aproveché y le pregunté a un socio mío que le sabe a esas cosas, sobre el libro aquel que estaba leyendo Gina. El brother era un intelectualito y de verdad le metía al efecto. Enseguida supo quién era el socio que había escrito aquello. El tipo resultó ser bolo y famoso. El letradito me contó la cuestión por arribita y enseguida me identifiqué con el tal Vronsky y le metí caña al asunto. Le pedí prestado el mamotreto para echarle un ojeo. Y en verdad la historia estaba en talla, al menos, las partes que entendí. Lo que menos se imaginaba mi bella Gina era que algún día viviríamos nuestro propio drama, yo, su Vronsky-Santana y ella, por supuesto, la protagonista infiel, mi Ana D’Ángelo. 
 
Pero resultó man, que a los dos días que Gina llegó de Dominicana, su marido llegó de Portugal y no pude empatarme con ella. Solo la vi dos o tres veces pero de lejos. Su frecuencia nada tenía que ver con mi onda; por eso, nunca iba a ser una coincidencia encontrarnos. Nos movíamos en señales muy diferentes a no ser, claro está, que yo la persiguiera.
 
Como a los tres meses de su regreso me metí en un lío con unos brothers del barrio, y nos cogieron metiendo las manos in fraganti. El bolsillo estaba sin balas y pidiendo auxilio y este tipo de jeva no era de tres por kilo como los cascos; así que me arriesgué man… y me la aplicaron. Estuve en el tanque el tiempo suficiente pa’ que el marido volviera a pirarse y ella se quedara alone. 
 
Por Beba me enteré que estaba buscando quien le pintara el apartamento. Estábamos a principio de diciembre y ella lo quería en talla antes de navidad. Entonces la cosa se me pintó más fácil de lo que yo pensaba. Le dije a Beba que estaba pasmao y que necesitaba pincha. Me dijo que aprovechara y fuera a ver a Gina al otro día que ella lo tenía franco, a ver si todavía no había conseguido a nadie. «Ella duerme la mañana, así que no te aparezcas muy temprano», me advirtió.
 
Brother… estuve sentado en la escalera de aquel edificio desde las cuatro de la madrugada hasta las nueve de la mañana. Cuando me levanté no me sentía las piernas y hasta el culo me cogió calambre. Toqué el timbre como diez veces y entonces ella abrió media dormida. «Buenos días», le dije. Se me quedó mirando como si no me reconociera. «Santana, ¿se acuerda? Carlos Santana», le dije. «¡Ah! ¿Qué quieres?», preguntó. «Beba me comentó que estaba buscando quien le pintara el apartamento, y yo conozco a la mejor brocha del barrio», le dije. «¿Sí? ¿Quién?», preguntó. «Pues este servidor… yo», le contesté con una risa idiota. «¿Por eso me despertaste a esta hora?», preguntó enojada. «Disculpe, pero Beba me dijo que viniera temprano antes de que se fuera para el trabajo», mentí. «Hoy lo tengo franco», dijo molesta. «¡Ah! Disculpe, mejor vengo en otro momento». Viré en seco a punto de machacarme la cabeza y entonces preguntó: « ¿Cuándo podrías empezar?» «Right now», dije volviéndome sobre las suelas. Ella medio que se sonrió. «Bueno Santana, ya que me despertaste entra». Brother, no lo pensé ni una vez y cuando cerró la puerta ya yo estaba acomodándome en el sofá. Enseguida vuelvo, deja cambiarme de ropa, dijo y volvió a desaparecer tras la misma puerta de la otra vez.

Como a los diez minutos apareció con una agenda en la mano. «Bien, vamos a discutir los términos de tu contratación. De tu trabajo requiero dos cosas: rapidez y calidad», dijo. «Trato hecho», me apresuré a decir. «Como bien le dije ahorita soy la mejor brocha del barrio», afirmé. «Si puedes con estas dos cosas, vamos a fijar el precio. Si haces el trabajo en más de siete días, te pago quinientos pesos; si lo haces en una semana te pago mil. ¿Estamos de acuerdo?», preguntó. Brother… en cualquier otro momento poniéndome el fusible, hubiera pintado aquello en dos días para cobrar dos mil, pero para qué decirte otra cosa, lo único que quería, era estar al lado de ella aunque tuviera que hacer la pincha gratis y no jamar en un mes.

Continuará…


Términos empleados en el lenguaje callejero:

Pura: Madre
Puro: Padre
Balas (1), Astilla: Dinero
Balas (2): Piropos
Tanque: Cárcel
Bolo: Ruso
Casco: Mujer poco agraciada
Tacho: Pelo
Chama: Niño
Yuma: Estados Unidos
Gringo: Americano
En pelota: Desnuda (o)
Voló el parche: Se rompió el parche
Palo: Sexo
Chapa: Dirección, Ubicación.
Búnker: Casa
Jama: Comida
Percha: Ropero
Pincha: Trabajo
Caña: Interés
Jeva: Mujer
Pasmao: Sin dinero
Pirarse: Irse
Pingajo: Desastre


Esteban D. Fernández