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jueves, 13 de octubre de 2022

La poesía de Ángela Figuera Aymerich



Libertad

A tiros nos dijeron: cruz y raya.
En cruz estamos. Raya. Tachadura.
Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.

Si observas la conducta conveniente,
podrás decir palabras permitidas:
invierno, luz, hispanidad, sombrero.
(Si se te cae la lengua de vergüenza,
te cuelgas un cartel que diga "mudo",
tiendes la mano y juntas calderilla.)

Si calzas los zapatos según norma,
también podrás cruzar a la otra acera
buscando el sol o un techo que te abrigue.
Pagando tus impuestos puntualmente,
podrás ir al taller o a la oficina,
quemarte las pestañas y las uñas,
partirte el pecho y alcanzar la gloria.

También tendrás honestas diversiones.
El paso de un entierro, una película
de las debidamente autorizadas,
fútbol del bueno, un vaso de cerveza,
bonitas emisiones en la radio
y misa por la tarde los domingos.

Pero no pienses "libertad", no digas,
no escribas "libertad", nunca consientas
que se te asome al blanco de los ojos,

ni exhale su olorcillo por tus ropas,
ni se te prenda a un rizo del cabello.

Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
no escondas "libertad" bajo tu almohada
por ver si sueñas con mejores días.
No sea que una noche te incorpores
sonambulando "libertad", y olvides,
y salgas a gritarla por las calles,
descerrajando puertas y ventanas,
matando los serenos y los gatos,
rompiendo los faroles y las fuentes,
y el sueño de los justos, porque entonces,
punto final, hermano, y Dios te ayude.


jueves, 16 de junio de 2022

LA POESÍA DE ÁNGELA FIGUERA AYMERICH: "GUERRA"⭐


Lo supe siempre. Al percibir la vida 

doblárseme en el seno, al golpearme 

un pulso repetido por las venas,

lo supe: concebía hacia la muerte.


El Otro, aquel que hallé en el Paraíso, 

aquel a quien fui dada el primer día, 

dormía en paz ceñido a mi costado. 

Ajeno a mi pasión no interpretaba

mi vientre henchido ni mi paso lento 

ni preguntó jamás por qué mis ojos 

incrementaban su terror oscuro

bajo la luz de sucesivos soles.


Dos veces fui llenada de misterio: 

Caín crujía en mí. Me trituraba. 

Con su sabor agriaba mi saliva.

Abel me fue muy dulce. Como el zumo 

de los maduros higos en verano,

se diluía en mí, sabía suave.

Jamás dobló su peso mis rodillas.