Nunca entendí el
extraño rostro de su máscara, quizá… por un momento, tampoco él comprendiera la
libertad negadora de la mía.
Pero
unas luces nuevas bañaban el asfalto, apenas… lo suficiente, para contrarrestar
las duras sombras entretejidas en aquella ínsula del mar Caribe.
Ambos estábamos
sentados en tronos diferentes, gradas enfrentadas en aceras opuestas y
distantes.
Allí,
entre nosotros, un mar hecho delirio, curtido por una sangre bárbara… antaño,
dos líneas diferentes, como dos ríos bravos que sellaran sus cauces en un solo
destino.
De lejos… nos
mirábamos.
Si había una luna colgada allá en lo alto, no lo recuerdo. Esa noche los astros
tuvieron otras formas, brillaban en la tierra forjándose la senda desde aquel sueño
utópico que, al fin, era uno mismo. Entre el bullicio cruel de los que nunca
hablaban otras voces surgieron… apenas, un eco momentáneo, pero igualmente
firme.
Mientras tanto,
él y yo, seguíamos mirándonos, descubriéndonos, recortando los tramos de su acera
y la mía.