jueves, 15 de marzo de 2012

Herido de mí mismo


A Vicente Huidobro

Sé que no es bastante romper la cáscara del yo que nos envuelve
para enlazar con el cosmos que a todos nos alberga.
Emito seudópodos que exploran el entorno por si hallaran alguna calidez de luz
y sólo encuentran desiertos de carámbanos.
La calle es un glaciar inerte, que no para ni muestra el sentido del camino.
Ni rastro de señales luminosas.
Incluso las ventanas a las que me acerco, ofrecen un horizonte cercenado por las rejas.
Está cerrada el ágora y el clima que la envuelve es una tibia linfa que asfixia y adormece.
Momentos de lucidez parecen dar alguna clave y es por ello que persevero y sigo.
Te busco a ti y te digo que tú también, antes del amanecer,
buscabas transparencias que mostraran un rincón para el abrigo.
Una isla de intimidad para el contacto.
Un testimonio vivo.
Mas, tú, cierras los ojos y te muestras ausente.


Hoy me siento víctima de un fluir efímero, preñado de metáforas;
me nace un vendaval de imágenes sin hilo, sin Ariadna,
como racimos de ruidos que empañan los silencios.
Hoy me crece la duda incluso de mi mismo,
del ciego-necio filosofar con el que escribo.
Me duele ser un hombre
herido de palabras, sin palabras,
flores de plástico, maniquís de escaparate,
humo en revolución yendo despacio a un Septentrión amargo;
Apenas si amanece y ya me muestro terco perseguidor del invento de la nada.

No sé si sólo soy un verso en carne y hueso,
magro de médula y sustancia,
vespertino crepúsculo de tripas y nostalgias.
Un charlatán que vende abalorios envueltos en papel de crucigramas.

Empoemo las prosas con uvas en agraz,
--sarmientos bravíos en tierra de secano--;
aromo, con versos vestidos de malditos,
las lágrimas vertidas por los jardines públicos.
Visito diccionarios llamados a concilio
desde los aledaños de un prostíbulo;
hago lupanares con tela de arpillera,
burdeles insalubres en época de bullas y miserias.

Aterrado por los últimos temblores
me sumerjo en las sombras,
buscando la senda que conduce
a la Oculta Pagoda.
(Huidobro, desde el fondo de las páginas de un libro,
me mira y se sonroja).

Hoy me siento invadido por palideces de luna
--estañando un sol para los muertos---.
Recorro los arrabales del silencio.
Sostengo la mirada de las máscaras
mientras dentro de mí se van mezclando
los crujidos de espinas en el alma
con los gritos de un dios que ni comprendo ni me entiende.
Un dios ausente me redacta imposiciones o me impreca;
mientras me siento solo en el confín del tiempo,
del otro lado, más allá de la ribera,
en un difícil vado de río que no cesa.

No me quedan anaqueles que cobijen
manuales de naufragios, sopores ni sorpresas.
Y presiento ¡augurios de quimera!
a un Altazor que me aguarda en su dédalo de hiedra,
con gesto mordaz e inapelable.
Sugiere que vuelva atrás por el reloj de las esperas,
para volar con él en su paracaídas, y caer
precipitadamente en un lodazal de sangre y ciénaga.
Y he de caminar con él por el sendero oscuro
hacia la más oculta de todas las consciencias.

Octavio Fernández Zotes.


 

Publicado por Octavio en 04:49:00 . lunes, junio 15
Todo lo que alguna vez pasó por mí se ha vuelto poso
que quedó impreso en el acervo que mis días.
Nada de lo que hay en mí nació de nada.
Nada de lo que pasó fue fortuito.
Sólo soy fruto del sedimento del tiempo.

Pasaron las horas y las lunas;
pasaron los hombres y las cosas.
Soy todo lo que soy, nada es en balde.
Soy la fuente y el río; el nogal y el álamo.
Soy tierra sembradía y reja del arado;
el huerto que bebe y la noria que gira.
El silbido del viento y el ulular del pasmo.
Amor terrenal y pájaro volando.
Soy risa en abril y llanto en mayo.
Arena, mar, cielo y barranco.
Todo lo que hay en mí
no es más que una eternidad que está de paso.

Octavio Fernández Zotes



 
Publicado por Octavio en 03:30:00 . martes, abril 28
Etiquetas: Poesía-España


En lo oscuro de la noche,
cuando ya tan sólo queda
la lejana sinfonía del silencio,
me introduzco, buceando, en el misterio
de las sombras. Y con ojos entornados
voy viajando por los campos de las rosas,
por los fuegos de los cielos encendidos.

Voy buscando una visión y, de repente,
refulgente, se aparece.
En la cumbre de mi sueño
surge un halo de fulgor. Una música
inaudita rasga leve los silencios.

Un momento. Es tan sólo un momento.
Nada más.

Te veo, te sonrío, me sonríes
y te vas.

Y yo quedo nuevamente
caminando entre las sombras,
rebuscando en los lugares más señeros,
donde yo me haya quedado
en algún feliz momento
impregnado de tu esencia.

Y luchando, sollozante, vuelvo a ti.

Es un momento. Es tan sólo un momento.
Nada más.

Yo te pido que te quedes, y la música
se para. Te oscureces, y te vas.

Caminando entre las hiedras de la noche,
con el alma tropezando con las piedras
de las falsas ilusiones,
el recuerdo de tu aroma
me despierta, pero ya tan sólo queda
el perfume dulciamargo de tu sombra.


Octavio Fernández Zotes.

El poema

Publicado por Octavio en 00:46:00 . sábado, abril 18

Tinta, sangre, lágrimas y semen,
se condensan y engendran
un nuevo ser desconocido;
un poema que emerge
sin saber muy bien porqué se engendra.
La pluma cruje y llora cuando roza
y vierte la semilla,
mancillando los poros impolutos,
cándidos, del nuevo pliego
que despierta, se estrena y se estremece.
Y va surgiendo ese incógnito ser
que hablando va consigo mismo.
Y no obedece, y grita, y chilla,
y se afirma hasta sentirse autónomo.
Se desliza y escapa de mi mano
sin decir lo que yo quiero que diga.

Me rindo y abandono la mano
dejándolo que fluya. Y, al final,
apenas si comprendo
sus razones de ser, de estar presente.

¿A qué viene su risa, cuando ríe?
¿A qué su llanto, cuando se torna triste?
Pero el poema es rebelde, se declara sincero
y dice lo que él quiere decirme.

Octavio Fernández Zotes.

Centauros en la noche

Publicado por Octavio en 03:24:00 . jueves, abril 9

Éramos como dos niños desvalidos
desorientando a las galaxias.
Ignorábamos, del limbo o de la luna,
el número exacto de habitantes.

Nos nacía la risa tan desnuda;
descubríamos la noche tan deprisa;
éramos tan niños que jugábamos
a verter las estrellas en un cubo
para luego repartirlas:

--Ésa es mía, tuya es ésa.

Eran las risas tan inmensas
como inmensas eran las estrellas.
La noche era como un jardín sin límites
donde vagábamos, libres de prejuicios.

Centauros desbocados cabalgando
--centauro uno del otro--
como serpientes enlazadas
que se buscan y se muerden.

Se terminó el juego y tú te fuiste.
Yo seguí buscando en las galaxias,
entre todas las estrellas, nuestra estrella.

Al fin, no fuiste
más que estrella fugaz de aquella noche
y dejaste el cielo oscuro con tu ausencia.

Pero entre todas las sombras de la noche
queda un aura con veneno de serpiente
y un resquemor dulce con sabor extraño
a boca, a labios, a besos inmaduros,
recién hechos.

Octavio Fernández Zotes.



Publicado por Octavio en 12:55:00 . miércoles, marzo 11

Porque me sigo sintiendo trigo en el verano,
lluvia en Abril o viento en Marzo,
y hay una música al fin del océano, sutil
brisa de mar, gaviota en lontananza;
me aferro a la tierra y me defiendo
de mí, del desencanto.

Me restan fuerzas aún para la risa
y su ingrata sincronía con el llanto;
porque a veces me asombra aún el milagro
de un sentimiento fugaz que me rebasa:
me dejo seducir, me abro al abrazo.

Dejo un lugar abierto al sobresalto
en la esperanza de una palabra nueva,
entera y verdadera que me diga
que, detrás del palimpsesto de la vida,
quedan rayos de sol sin trampantojos;
sigo y sigo buscando la palabra viva.

Me es imposible parar y pasar página.
Buscaré, cuando se esconda el sol y ya no alumbre,
una nueva luz que me descubra
el último y total significado
de la palabra lumbre, de la palabra casa.

Aunque pueda parecer que huyen
y se esconden
entre las cenizas y las sombras,
quiero hallar un único sentido
de la palabra casa, de la palabra lumbre.

Octavio Fernández Zotes.

Publicado por Octavio en 04:22:00 . lunes, febrero 23


Desentrañar, en el alfoz del tiempo,
el santo y seña que permita
respirar el viento fácilmente. Sin asfixia.


Tomar el fresco a la puerta de la calle
hablando lentamente con la gente
que pasa. Y recordar sin prisa
aquel invierno que pasó sin nieve.


Mirar serenamente a las estrellas,
alzarle las enaguas a la luna,
descorrer la cortina de los astros
para seguir el rastro
de una vía láctea discontinua.

Colgar la incertidumbre en una percha
(tomando las debidas precauciones).

Cerrar ventanas y entreabrir balcones;
dejar la puerta abierta
para que haya corriente suficiente
que nos oree el alma, y que discurra
por una suave lentitud interminable.

Luego, al final, dejar al alma que hable,
que se explaye sin límite, sin ligadura
alguna que la ate, y deambule
por todos los rincones del misterio;
del abismo a la cúspide,
hasta sentir el vértigo
de lo inefable.

…dejar que nos abrace y que nos bese el viento…
…dejar al alma que hable…
… y que le diga al tiempo…¡el tiempo!…
…esa vacuidad evanescente
que nos ata y nos aflige.

Buscarle rendijas al viento y a la noche
para abrir ventanas a la calle
y…dejar al alma que hable.


Octavio Fernández Zotes.

Esperanza III


Este instante podría ser perfecto.
Hoy el mundo está a mis pies.
¿Pero ella?
¿Qué preludio le recordará mi nombre?
¿En qué tiempo cerrará los ojos para no soñarme?
¿Qué cena le apaciguará los nervios del estómago?
¿Qué cena? ¿Qué cenará?
¿Cena? Allá donde la tierra ya no es fértil.

Habrá días en que se preguntará si tuvo hijos
y se sorprenderá cuando la respuesta sean flores
brotando de su vientre, ¡ella tan fértil!
¿Qué raíz le sustentará el miedo a perdernos?
¿Qué raíz? ¡Quiero cortarla!

¡Resiste Madre!

La aurora que una vez te mostraba mi rostro,
y el de mi hermano; ya viene, está cerca.

¡Resiste Madre!

Este instante podría ser perfecto,
pero mis lamentos deshacen todo indicio de alegría.
¿Acaso duerme mi madre? ¿Dónde duerme?
¿Duermes?
¿Y qué manos aliviarán el dolor de su espalda?
¡Su espalda de mármol! Yo sé que ella es fuerte.
Siempre espera mi voz, con las manos atadas,
en el mismo sentido de donde nace el sol.

¡Qué te ilumine Madre! ¡Y a mi hermano!
¡Qué la aurora ya llegue! ¡Qué te ilumine el sol!

Puede que yo vuelva, puede que tú vengas.
Puede que algún día vivamos un instante perfecto.

¡Resiste Madre!
¡Resiste hermano!
¡Resiste Yamilka!

© Yamilka Noa

Sobresalto


Publicado por Octavio en 05:05:00 . miércoles, febrero 11

Se oyó un suspiro en medio de la tarde
y todos volvieron la cabeza.
No era más que el aire
que movía las hojas de los árboles.
Después, pudo ser el silencio,
pero no: fue el ruido.

"Ruido, ruido, ruido,
¡demasiado ruido!
"Nel silenzio riposa la poesía"
dice Silvia Favaretto.

Está tan tensa el alma de los hombres
que el mínimo roce la estremece.

En esta tensa vigilia permanente
¡ruido y ruido!
un leve susurro es suficiente
para darle un susto al viento,
pasmarle y detenerle.

Hay que estar atento a los silencios.
Hay que intercalar silencio entre los ruidos,
porque sólo en el silencio puede oírse
el murmullo de la hierba cuando crece.


Octavio Fernández Zotes.