viernes, 25 de diciembre de 2020

Inteligencia espiritual


Se necesita coraje y ser abierto para conseguir autenticidad. Ser capaz de decirte a ti mismo y al mundo, ´Te guste o no, este soy yo,´ y después vivir esa verdad. Pero una vez que aceptas tu humanidad, la integridad no es nada difícil. No se trata de ser perfecto o infalible; todos hemos cometido errores. Sólo podemos hacerlo lo mejor posible y aprender de nuestros fallos, para que podamos hacerlo mejor la próxima vez.

 

 

 

jueves, 24 de diciembre de 2020

Las enseñanzas de Don Juan

Un "aliado" es un poder que un hombre puede traer a su vida para que lo ayude, lo aconseje y le dé la fuerza necesaria para ejecutar acciones, grandes o pequeñas, justas o injustas. 

Este aliado es necesario para engrandecer la vida de un hombre, guiar sus actos y fomentar su conocimiento. De hecho, un aliado es la ayuda indispensable para saber.

Un aliado te hará ver y entender cosas sobre las que ningún ser humano podría jamás iluminarte.

Un aliado es un poder capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites. 

Así es como un aliado puede revelar cosas que ningún ser humano podría.

 

martes, 22 de diciembre de 2020

Una realidad aparte...

 


La diferencia entre "mirar" y "ver" consiste básicamente en que "mirar" es poder confirmar a través de nuestra vista que el mundo es tal como nuestra razón nos dice que es, y "ver" es la capacidad del hombre de conocimiento para percibir, no necesariamente con la vista, la otra realidad. Una vez que un hombre aprende a ver, se halla solo en el mundo.

 

jueves, 10 de diciembre de 2020

LA CASA DE BLEIZ



(Fragmento)

Se llamaba Ruzzo. Lo trajo un pescador, el mismo que lo atrapó robándose unas hortalizas en la parcela aledaña a la comisaría. Otro hijo olvidado del Cerro de San Juan, pensó la señorita Bleiz, mientras Cloe le preparaba un baño caliente con un poco de extracto de Castaño de Indias. Tenía el gesto arisco y la mirada huidiza, y su piel expuesta delataba las huellas del rigor sufrido a la intemperie. Poseía la edad suficiente para sobrevivirle a las callejas, pero muy corta aún para salvarse a sí mismo. 
 
Cuando Cloe lo sumergió en la tina, parecía aún más chiquito. Daba miedo apretarlo fuerte; despojado del chaquetón de invierno y de la mugre, destacaba un costillaje esplendoroso y una tez menos morena de lo que parecía. Contrario a los pronósticos, era manso en el agua; quietecito, se entregaba al beneficio de la esponja que la señorita frotaba suavemente por su cuerpo. Y, mientras su curiosidad reconocía el lugar, cierta adaptabilidad iba borrando el ceño de su frente. En vano trataban de adivinar el color de aquellos ojos irritados por la espuma y los vapores que empañaban los espejos; pero, a juzgar por cómo vagaba su mirada, no era difícil intuir el tono de una pueril melancolía.   
 
Luego de desaguar la tina y limpiar la suciedad, Cloe salió precipitada, gruñendo por lo bajo, a servir la cena. Entretanto, Ruzzo se hallaba sentado al borde de la cama envuelto en una manta y la señorita, hincada de rodillas frente a él, le examinaba las viejas cicatrices que cubrían sus manos, sus brazos y sus piernas. Miraba aquellas marcas que le hablaban; ella entendía aquel lenguaje, sus gritos y silencios. Luego de aplicarle tintura de árnica en las zonas rosáceas, ya libres de postillas, lo abrazó con cariño y le besó la frente. Desconcertado, el niño quedó rígido, con los ojos atónitos, estremecido por ese arranque de ternura que le era tan ajeno. No obstante, casi que se dejó mimar y peinar y vestir, como si aquello fuera algo que no le sorprendiera. 
 

lunes, 13 de abril de 2020

Fragmento de mi novela: "El Kébir"

ANIVERSARIO

Era ya entrada la tarde cuando Santa abandonó el Ranchón del Huito. Se despidió de Emiliano, como tantas otras tardes cuando iba a visitar a la india Agalé, con un beso con sabor al agua de tamarindo que acababan de beber juntos en la terraza del hogar.

Al mediodía habían visitado la tumba de María Trinidad, la hija pequeña que había muerto hacía cinco años a causa de unas extrañas fiebres que le arrebataron la vida en la flor de la edad. El padre Nacianceno enfrentó a la familia en su momento con la autoridad indiscutible de un estratega de Cristo; y había recomendado exorcizarla, pues la criatura, con apenas siete años, tenía una fuerza descomunal, hablaba en lenguas idólatras y echaba una baba negra por la boca. Ni Santa ni Emiliano lo permitieron, pues tenían fe en que cada enfermedad viene al mundo detrás de su remedio. Fue la india Agalé quien les alertó de que la niña podría estar detrás de la inexplicable matanza de las aves de corral, pues la había visto una madrugada en el establo degollando a uno de los gallos y bebiéndose la sangre como si fuera agua común. «Tiene la enfermedad del ave», había dicho la india. Al cabo de muchos días de purgativos y sangrías, la niña pareció mejorar del todo, pero luego la sorprendieron comiendo sus propios excrementos mezclados con los gusanos del fanguizal. «Ha heredado la locura de mi madre», le dijo preocupada Santa a Emiliano una tarde en que tenían a María Trinidad amarrada a la cama para que no se llenara de mordiscos brazos y piernas intentando beber su propia sangre. Pasaron muchas semanas, y en la misma medida que el cuerpo de la niña se iba volviendo óseo y escuálido, sus fuerzas -lejos de menguar ante aquella dolencia que arremetía con ímpetu de ciego- se intensificaban de un modo atroz.

lunes, 2 de marzo de 2020

Último deseo (poema)


Pido a Dios, morir bajo tu sombra,
observando el brillar de tus pupilas
con la pureza, que el amor destila,
agonizando por ti, si es que te asombra.

Al intenso ritual de las miradas
sortilegio sutil, que habla en silencio
enardeciente pasión, placer intenso
que da la seducción más encantada.

Vibrar en cada célula y extremo
en la ínfima arteria y en la fibra
do la reciprocidad, esgrime y libra
en sincronización, hallar consuelo.

Y luego al concebir, insigne anhelo
dejarte el corazón en mi partida.