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sábado, 2 de enero de 2021

Novela terminada!!!

 

El día 13 de diciembre del 2020, terminé luego de varios años de trabajo mi novela: El Kébir. He de decir que disfruté mucho el proceso de redacción. Ahora toca dejarla descansar un tiempo para su posterior revisión.

Mientras tanto, estaré ocupada reescribiendo El Engastador y Hondulú, novelas cortas que sólo contaban con 50 páginas pero que he decidido alargarlas hasta las 70000 palabras o más pues he reestructurado completamente las tramas. Espero que este 2021 sea propicio para finalizarlas.

Así que puedo decir que después de tantos libros de poemas escritos me siento muy feliz de contar ya con mi primera novela, de 233 páginas, terminada.

 

Acá les dejo la sinopsis del Kébir:

El Kébir es un árbol enano que permite ver el futuro cuando es combinado con ciertas plantas en las dosis adecuadas y siguiendo un orden de rituales específicos. Estas interconexiones aparecen explicadas en un mapa: El Kappa. Un único error en la preparación trae como resultado la locura y una muerte horrible que llaman: La Fiebre de Marfagones. Dada su complejidad, el Kappa no puede ser memorizado ni trasmitido de forma oral, tampoco puede ser copiado del soporte original, pues trae trastornos psíquicos y hasta la muerte para quien lleva a cabo tal empresa. Ha sido custodiado durante los últimos dos siglos por hombres de alta moral que jamás lo utilizarían para fines personales: los Guardianes del Kappa.

Según una antigua leyenda, el Kébir se encuentra oculto en Santa Roche, un pueblo ubicado en la llanura del Pazco, al sur del río Akawa. Historia plagada de engaños, venganzas, secretos y traiciones. La llegada de los primeros buscadores y después de Josep Kalatrava marca un punto de inflexión del que sus habitantes no saldrán indemnes.

 Martha Jacqueline Iglesias Herrera 

lunes, 13 de abril de 2020

Fragmento de mi novela: "El Kébir"

ANIVERSARIO

Era ya entrada la tarde cuando Santa abandonó el Ranchón del Huito. Se despidió de Emiliano, como tantas otras tardes cuando iba a visitar a la india Agalé, con un beso con sabor al agua de tamarindo que acababan de beber juntos en la terraza del hogar.

Al mediodía habían visitado la tumba de María Trinidad, la hija pequeña que había muerto hacía cinco años a causa de unas extrañas fiebres que le arrebataron la vida en la flor de la edad. El padre Nacianceno enfrentó a la familia en su momento con la autoridad indiscutible de un estratega de Cristo; y había recomendado exorcizarla, pues la criatura, con apenas siete años, tenía una fuerza descomunal, hablaba en lenguas idólatras y echaba una baba negra por la boca. Ni Santa ni Emiliano lo permitieron, pues tenían fe en que cada enfermedad viene al mundo detrás de su remedio. Fue la india Agalé quien les alertó de que la niña podría estar detrás de la inexplicable matanza de las aves de corral, pues la había visto una madrugada en el establo degollando a uno de los gallos y bebiéndose la sangre como si fuera agua común. «Tiene la enfermedad del ave», había dicho la india. Al cabo de muchos días de purgativos y sangrías, la niña pareció mejorar del todo, pero luego la sorprendieron comiendo sus propios excrementos mezclados con los gusanos del fanguizal. «Ha heredado la locura de mi madre», le dijo preocupada Santa a Emiliano una tarde en que tenían a María Trinidad amarrada a la cama para que no se llenara de mordiscos brazos y piernas intentando beber su propia sangre. Pasaron muchas semanas, y en la misma medida que el cuerpo de la niña se iba volviendo óseo y escuálido, sus fuerzas -lejos de menguar ante aquella dolencia que arremetía con ímpetu de ciego- se intensificaban de un modo atroz.