Hola amigos, hoy deseo compartirles otro capítulo de mi novela de ciencia ficción: El Engastador.
CAPÍTULO 5: EL EMPUJÓN DEL PODER
Yo apenas podía moverme de mi sitio luego de lo ocurrido. Amira recobró de inmediato la compostura como si no hubiese sucedido nada y comenzó a avanzar a paso rápido. De pronto, El Engastador se detuvo como impelido por un pensamiento antiguo y nos dio un trago del brebaje vigorizante que guardaba en el Kuscho.
―Hoy no vamos a dormir a la intemperie… pernoctaremos en mi chacra, que se encuentra cerca de aquí.
―¿Su chacra? ―dije observando las profundidades de la selva que nos rodeaba.
―Sí. Camina detrás de nosotros, no pierdas el paso.
El brebaje me produjo un efecto estimulante, pues a pesar de toda la distancia recorrida no me sentía cansada. Llegamos a una zona donde el bosque se hacía menos denso. El Engastador y Amira terciaron por un camino de tierra apisonada flanqueado por romerillos, manzanillas y oréganos brujos. A la altura de un montículo de piedras coronado por una cruz, el sendero se bifurcó en dos trillos idénticos. Ellos siguieron el que quedaba a nuestra izquierda. Como a los veinte pasos, El Engastador abrió una reja cubierta por una cerca de malla metálica y desaparecieron tras cruzar el umbral de la misma.
Yo los iba siguiendo con determinación, pero al empujar la reja no pude abrirla. Una fuerza descomunal me impedía el paso. En ese instante, una nube escondió a la luna y quedé sola, en medio de la oscuridad. Volví a empujar con más fuerza, pero no sucedió nada. Busqué a tientas con la mano por si había algún cerrojo que me hubiera pasado inadvertido, pero los refuerzos se me mostraron limpios. Persistí otra vez en mi intento antes de darme por vencida y, para mi sorpresa, pude abrirla, pero con mucha dificultad. Parecía hecha de plomo o de un metal muy pesado. Bajé por el sendero por donde habían desaparecido El Engastador y Amira. Vislumbré luces en la chacra. La luna volvió a asomarse resplandeciente y miré al cielo para contemplarla. Entonces, no di crédito a lo que veía: había dos lunas. Una quedaba a mi espalda y la otra encima de la chacra del Engastador. Corrí hacia allí con toda la cautela que pude para no tropezarme con los salientes de piedra bruta. La temperatura estaba fresca y, sin embargo, llegué empapada de sudor.
―Has tardado más y menos de lo que esperaba ―dijo El Engastador con una sonrisa.
Ellos se hallaban sentados frente al fuego de una chimenea de estilo rústico y campestre. Les conté, sin omitir detalles, todo lo que me ocurrió. El Engastador se levantó de su silla de mimbre moviendo la cabeza y se dirigió hacia una cocina de dimensiones reducidas en la que había, empotrada en una pared de ladrillos desnudos, una mesa de teca con olor a barniz recién untado. Sirvió, en unos cuencos de barro, una sopa de verduras con plátanos que tenían forma quebrada, y en un plato de loza china colocó trozos de un pan amarillo de molde rupestre, frito con cebollinos, dientes de ajo y enchumbados en una pasta de ají. Me indicó con un gesto la butaca que se encontraba frente a él. Yo tomé asiento en lo que Amira acababa de disponer los cubiertos y traía una tetera con una infusión de té negro.
―Lo que te sucedió es lo que llamo el Empujón del Poder. Forzaste con tu intento la abertura entre mundos y por un instante pudiste vislumbrar otro universo.