jueves, 24 de abril de 2014

NO SIN MI KUBA

Alacrán, cabizbajo, infló sus pulmones con cierto aire de añoranza que, en verdad, parecía un soplo de tristeza a juzgar por el rictus incontrolado de su cara. Con la cuchilla china, cogida de revés, golpeó con el canto la carne hasta ablandarla; luego, calentó el wok, y en tres cucharadas de aceite echó la cebolla y los hongos negros previamente cortados en cuadritos. Debajo de la bata blanca y el delantal azul llevaba un pantalón de un verde olivo gastado, un zambrán ruso con funda para pistola (pero vacío) y una camisa de camuflaje también descolorida. Calzaba botas del ejército, como tres puntos mayor, que corregía con dos pares de medias gruesas y ajustando los cordones al máximo permisible. A ciencia cierta, no era el uniforme reglamentario; pero desde que Kuba se perdió, el administrador, en nombre de una antigua consideración, se hacía el de la vista perdida.
A pesar de no haber pasado ninguna escuela, nadie tan ingenioso ni eficiente como él en el arte de la cocina. Ciertas habilidades en la conquista del paladar y del buen gusto, le valieron la bien merecida fama del prestidigitador de los arroces fritos. Era, por así decirlo, la columna vertebral del Akelarre: el mejor restaurante, entre pequeñas fondas, del barrio chino. Había prestado sus servicios por más de treinta años; y estaba, por así decirlo, emparentado con el marco rojo de aquella ventana, orientada al este y única abertura del recinto. Ella lo significaba, era el testigo mudo de todos sus descansos. En cierto modo, se habitaban mutuamente. Él lo sabía, por eso nunca le faltó a su vano. ¿Qué sería de aquella vista sin sus ojos? ¿O de sus ojos sin la vista? Necesitaban habitarse para justificarse mutuamente. Visto desde afuera, hacían un cuadro único: hombre acodado, fumando, mirando hacia el levante. Desde allí conoció la ciudad en sus zonas más íntimas, incluso, cuando la muy diabla simulaba estar perdida. También vio avejentarse las paredes, los muros; y supo que a pesar de los tantos kilómetros a que distaba el mar, el viento podía cargar toneladas de sal en su regazo. Sí, estaba convencido de que solo el salitre mordía con tal furia el asfalto, lo duro, de aquella forma. Las tendederas de las azoteas vecinas le ofrecían un espectáculo de colores grato a la vista, se abstraía en aquellos capoticos de bebé, baticas de niñas, pantalones, vestidos… que ondeaban indistintamente prendidos de los palos de metal. Pero, a veces, miraba con tristeza como una brisa hostil, que surgía sin motivo aparente, los descolgaba y los mandaba lejos perdiéndolos en el más allá. Y es que aquellos prendedores de metal no tenían la fuerza suficiente para sujetarlos. En cierto modo, todo pasó a un segundo plano la tarde que la descubrió tirada allí, toda cubierta de sangre, entre cartones y periódicos del tacho de basura. Alacrán no entendía como alguien podía abandonar a una cachorrita así, indefensa, a tan triste suerte. Tenía forma de caimán, por eso la llamó: Kuba, como la isla: estrecha hacia la cabeza, larga en el centro y más abultada en las ancas. Pero, su estado era tan deplorable que los pronósticos auguraban que resistiría, a todo tirar, no más de una semana. Bastó mirarla a los ojos para que Alacrán sintiera que tenía que luchar por ella; que valía la pena pelearla, con uñas y dientes, hasta arrancarla de aquel destino, al parecer, inexorable. Años después, todos constatarían que ella estuvo a la altura de su sacrificio. Su ladrido, el más fuerte; su fidelidad, como ninguna. Todo un ejemplo de camaradería y orgullo inseparable. Allá se veían por toda la ciudad, el uno para el otro: un dueto heterogéneo y bien logrado.
Pero hoy, Alacrán le falta al vano. Nada lo enmarca. No hay ojos para mirar la vista. Con manos temblorosas revuelve la cebolla y los hongos, ahora, achicharrados. La ciudad es… no sabe… se mueve como ausente. No puede o no quiere recordar el momento en que Kuba se perdió. ¿Era un día de sol? ¿De lluvia? ¿De otoño? Alacrán cansado de esperar, sale ahí, al tacho; revuelve los cajones, los frascos inservibles; hurga, escarba entre la hierba. Dentro del Akelarre una pequeña explosión hace que la cocina arda. Por un momento, ve el fuego lamiendo las paredes, las puertas, extendiéndose a las fondas y abrasando los árboles. Pero intuye que ella está allí, escondida, oculta por miedo a su regaño. Le silba suave… después un grito fuerte, un alarido que es apenas un siseo en medio de la muchedumbre atormentada. Alguien viene a llevarlo. Él se resiste. Siente el calor ardiéndole en la sangre. Ahora más consciente la piensa entre las llamas, perdida para siempre. Su voz se ahoga, le grita por su nombre: una, dos, tres veces… Intentan detenerlo, golpea, se encorva, forcejea entre los tantos brazos que logran arrastrarlo; mientras, con ojos azorados, no deja de vocear: ¡No sin mi Kuba!... ¡No…! ♦

Martha Jacqueline

martes, 28 de enero de 2014

Si yo pudiera hacer una canción de amor…


…Pero no puedo.

No puedo, porque no me cabe en un instante;
porque el amor no es un momento
feliz o desgraciado.

Porque es demasiada la sangre derramada
para encerrarla en la canción, sola y concreta;
en un mísero pliego.

Si yo supiera hacer una canción de amor
no la diría
para que no se me fuera el amor en las palabras.

Sería una canción que no se viera,
para que fuera arena o fuera nube;
para que fuera niebla;
para que fuera efímera
a la par que eterna.

Sería una canción de hoy y mañana,
que sirviera
para cualquier momento.

Sería una canción de viento
en que envolverme;
sería una canción de roca dura, indestructible,
para sentar cimientos.

No sería un sentir puntual hecho suspiro
latiendo o llorando en llamarada.
Sería una canción hecha de nada
para que dure siempre.

Sería una canción a cielo abierto…,
tal vez, al modo de Neruda,
una canción desesperada;
una canción al mundo.

Pero, eso sí, una canción contigo dentro.

Octavio Fernández Zotes

lunes, 23 de diciembre de 2013

RITTA BREMER: “Es tremendo que más de doscientos millones de niños trabajen y no tengan derecho a una infancia y una educación. El arte puede cambiar muchas cosas, tenemos el poder en nuestras manos”.

Por Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Entrevista publicada en la red social Miss Artes.

Aunque desde muy pequeña reside en Galicia, esta pintora nació en Bremerhaven (Alemania). De aquí su apellido artístico, en honor a su tierra natal.
JK: Ya desde la infancia mostrabas tu inclinación hacia las artes plásticas. Háblanos de tus primeros pasos en el mundo del arte y cómo influyó en tu desenvolvimiento artístico.
RB: Mis primeros pasos fueron desde muy pequeña dibujando y coloreando, a partir de los 13 años comencé a pintar. El haber coloreado toda la vida hace que ante todo sea una pintora colorista.
JK: Estudiaste Historia del Arte en la UNED, pero además tienes estudios de dibujo y diseño gráfico. ¿Qué aportó esta base de conocimientos a tu formación autodidacta?
RB: Los conocimientos siempre aportan algo positivo. Y lo que más aproveché en la universidad cuando iba a hacer la carrera de Psicología, que no acabé, fueron las clases de historia del arte.
JK: Hipólito Adolfo Taine, en Filosofía del Arte, plantea que el artista junto a la obra total que haya producido no se halla aislado. Hay un conjunto más amplio en el que el autor queda comprendido. ¿Dentro de qué grupo de artistas de este tiempo se ubicaría Ritta Bremer?
RB: Pienso que se puede quedar aislado igual artista y obra. De hecho muchos estamos aislados, sin ningún tipo de ayuda ni financiación. En el grupo de artistas que me ubico, es en el grupo de artistas como yo, contemporáneos que luchan a diario para salir adelante ellos y su arte.

JK: Aunque diste tus primeros pasos partiendo del figurativo y actualmente exploras en campos de la abstracción, se plantea que tu obra se podría definir como expresionista. Esto antepone sentimiento y emoción ante la realidad objetiva. ¿De qué cantera se alimenta la inspiración que sirve como tema a tu comunicación artística?
RB: Mis obras en efecto son sentimiento y emoción. Hay artistas que pintan el exterior, paisajes, gentes, la vida cotidiana. Otros en cambio pintamos desde dentro, desde el interior, los sentimientos y las emociones. Yo me alimento de la cantera de la vida, del vivir diario. De las buenas y malas experiencias. Por eso en mis obras reflejo lo que siento.
JK: Desde que en 1911 se aplicó el término de expresionismo a la pintura, la expresividad espiritual ha estado marcada por diferentes visiones, afectadas indiscutiblemente por un impacto directo con la realidad. Colores y formas imprimieron voz a la desilusión derivada de la 1ra Guerra Mundial: pesimismo existencial, actitud cínica y sarcástica ante la sociedad; en Latinoamérica, Oswaldo Guayasamín utilizó esta técnica para tratar los temas indigenistas de su país y en la propia España muchos artistas significaron asuntos de índole social. En la obra de Ritta Bremer, ¿qué inquietudes del orden político-social están representadas?

RB: Inquietudes de ámbito social, como el hambre, la infancia, la falta de un hogar, la marginación de distintos grupos sociales. Como artista mi obligación es utilizar mi arte para ayudar a las personas que no disponen de medios, ni ayuda para sobrevivir.
 JK: Planes futuros de Ritta Bremer.
RB: Mis planes más cercanos de futuro son seguir peleando con los políticos para conseguir tres exposiciones importantes, que me ayudarán a seguir cotizándome. Cuando lo consiga mi principal reto es ayudar a 1500 personas que duermen en la calle en Galicia e igual que yo tienen derecho a tener una cama. También hay algún proyecto por ahí aún en el tintero, para organizar una exposición colectiva donde mis amigos, pintores y escultores donarían alguna obra y ese dinero se destinaria a SAVE THE CHILDREN. Es tremendo que más de doscientos millones de niños trabajen y no tengan derecho a una infancia y una educación. El arte puede cambiar muchas cosas, tenemos el poder en nuestras manos.

miércoles, 31 de octubre de 2012

EL MANUSCRITO- El secreto... por Blanca Miosi



La vida de un escritor, Nicholas Blohm, dará un giro de 180 grados cuando llega a sus manos, de parte de un desconocido, un extraño manuscrito dotado de un poder especial.
El misterio que revela en sus páginas lo acercará a un joven heredero de una multimillonaria familia italiana: Dante Contini- Massera.
Ambos irán transitando por los escollos de una atrapante historia donde se involucran antiguos miembros del nazismo, como es el caso del terrorífico doctor Josef Mengele, y una importante compañía farmacéutica cuyo poderío y avances en el campo de la genética supondrían trascendentales y peligrosos cambios para la humanidad.
Su autora, Blanca Miosi, no deja de sorprendernos en la circularidad de un tiempo que se pierde en la propia magnitud de las incógnitas cuyos velos va descorriendo a su paso.
Asistimos a desplazamientos significativos de poder y privilegios; al recelo que viene acompañado de reservas que tienen cierta fuerza a la luz de las acciones del cambiante manuscrito; así como de las tentativas de sortear los obstáculos para impedir que el auténtico acto de fe, que impulsa a los protagonistas, encalle en ellos. También vemos cómo pocos tienen las manos verdaderamente limpias, algunos son culpables en primer grado; y allí, donde el orden político se ha venido abajo, las atrocidades se multiplican.
Una excelente novela cuya vertiginosa intensidad nos mantiene a la expectativa de principio a fin.

Martha Jacqueline