Hombre… que nunca llegas tarde, eres luz suave, invasora quietud. Tus ojos están hechos de cuántas bendiciones necesarias; por ti refundo mi sonrisa, me haces mejor mujer creciéndome desde el fondo de mi misma.
Tan solo por oírte lo acallaría todo, aunque fuese un instante, para que tu palabra sea la voz donde despierte y se levante el mundo, purificado allí en tu aire, esa sonrisa que das, donde se asoma un universo que tallece, florece, madura… salva.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
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