Regalar es una
costumbre hermosa, un acto de desprendimiento perfecto. No podemos dar lo que
no poseemos, pero cuando lo que tenemos es fruto de ese proceso interno que
constituye un acto de nuestra creación, se genera en el que recibe ese
sentimiento de gozo que tenemos al descubrir lo semejante, ya que allí
encontramos una prueba de cierta hermandad del mundo, de un lazo fraterno que
se eleva perfilando aquello que realmente se necesita decir: Gracias.
Y es así como este
Temporal llega a la Habana, con trazo seguro y firme, para hacernos comprender
su principio, su esencia, su escritura plagada de matices jamás superfluos. Al
tenerlo en mis manos sentí que no llegaba a él por primera vez, sino de que
volvía. Volvía de una especie de elevación, de una hermosura franca… como si la
habitación donde me encontraba se inundase de exterior, de una inocencia viva,
limpia, esa inocencia que es el reducto de la sabiduría primera y que lo
reclama todo del artista: la necesidad violenta de creer, el apetito y ansia de
los colores, de los pinceles, de los lienzos, de la palabra.
Esta obra, hija
legítima de un saber vital, me fue dedicada de la siguiente forma:
“Para
Jacqueline Iglesias, que este temporal pueda tener algún verso que quede en tu
memoria. Un abrazo. Sergio Astorga”
Y no solo
quedaron en mi memoria muchos versos, sino que asistí a la hermandad entre lo
vivo y lo pintado. Sentí una maravillosa impresión de sosiego, como cuando la
naturaleza nos hace cómplices de uno de sus secretos sin necesidad de
revelárnoslo.
La poesía de
Sergio Astorga deja en nosotros una fuerte impresión ante la portentosa riqueza
de su cosmos. El sentido de los versos en su musicalidad y en su riqueza léxica
se construye en una experiencia artística con una carga simbólica propia de la
gran poesía. Poesía sensorial y al mismo tiempo reflexiva.
ENERO soy de otro comienzo
Te
escribo desde el recuerdo de tu boca.
Vestido
de humedades conocidas,
jadeo
y te respiro.
Soy
una brasa.
Al
medio día,
te
presiento
como
un sol cubriéndose de cuerpos.
Escucha…
Me
gusta enero para nacer del fuego.
De
cristal,
De
viento fino.
Tu
lengua enciende mis arterias,
y
soy verdad
en
medio del abismo.
Hoy
te escribo con tu boca.
Racimo
soy de tus antojos.
Hoy
el mundo es transparente.
En estos versos
hallamos trazas de un erotismo carnal, pero al mismo tiempo integrador. Lo
ardiente tiene una presencia implacable al amparo del amor. En el verso: “racimo
soy de tus antojos”, vemos ya rotos los límites resistentes y cómo el mundo se
abre en toda su dimensión, irrumpiendo un aliento verdaderamente evocador.
En el poema “Hasta que llueva”, el poeta dice: “Voy
a sentarme a mirar. / Que pase la vida y su tiempo”. Para luego añadir: “Estoy
un poco cansado/ de mirar sin que me mires/”. Aquí vemos como el pasado posee
una dimensión angustiada en tanto plenitud perdida. La práctica amorosa se va
tornando irrealizable o queda como ausencia, pura memoria. El amor se torna una
vivencia indefinida en la que el placer queda vedado por recuerdos de
percepciones sombrías.
En la página 16
nos encontramos con el poema “Hoy tengo
fiebre”. En los versos: “sonrisas burlonas a mi paso, / hipócritas palmadas
en mis hombros/”, asistimos a lo intolerante y represivo de la sociedad que
hace que el poeta se revista de cierto matiz de distanciamiento. Aquí vemos una
poesía humanista, sustanciosa, honda en su replanteo del diálogo consigo mismo
y su circunstancia, en cuyo recuento nos entrega todo el sentido trágico del
poeta, su condición terrestre, absolutamente humana. En los versos: “Hoy el día
es más ancho. / No lo aguanto/”. Vemos cierta nostalgia por la dicha perdida,
experiencia que se torna inasible cuando el acontecer no puede devolverle los
instantes pasados en toda su plenitud.
En el poema “El mismo”: “Soy el mismo gris que
quiere ser magenta; /la misma bruna desdicha en los zapatos / y un cobalto
altivo por cabeza/”. Vemos una poesía existencial, formalmente lúcida y de una
limpia claridad, con cierto dejo de melancolía. Tenemos al hombre reflexivo,
consciente de su propia realidad y de su propia pérdida. Revelando zonas
escasamente iluminadas de la propia vida.
En “Voy”: “Voy a ti como a beber; / me voy
a ti como tormenta, /descanso en ti como en llanura; / penetro en ti como
locura. / No sé sin ti como regreso. / Voy a ti porque comienzo/”. En estos
versos vemos como el poeta expresa de manera muy personal vivencias comunes,
esplendores ocultos, plenitudes desconocidas, lo que nos lleva hasta su ideal
para descubrirnos –vírgenes de toda fabulación- su perspectiva. Un deleitable
regodeo con la realidad.
Y ya para
terminar este comentario quiero referirme al poema: “Una danza de plumas se desliza”, en el que el poeta se interroga: “¿Qué
lucida embriaguez/ galopa la sangre virgen? /”. Aquí vemos como el autor mira y
sabe que no puede conseguir ciertos conocimientos, pero escribe para alumbrar
la realidad, hasta donde se le permita adentrarse en los fenómenos que
conforman su vida cotidiana, la historia desconocida que no es otra que su encuentro
diario con el misterio de lo real.
Sobre el autor: Sergio Astorga nació en México.
Actualmente reside en Porto, Portugal. Estudió Licenciatura en Comunicación Gráfica
en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Impartió taller de dibujo durante
doce años en la UNAM. Estudió Letras Hispánicas e Iberoamericanas en la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado en suplementos
culturales y en revistas tanto textos como dibujos. Exposiciones pictóricas
múltiples. Ha publicado un libro de poemas llamado Temporal.
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