Ni las páginas de los muchos libros que se han
escrito sobre historia del arte ni el mundo de la crítica parece recordarlo; y,
sin embargo, las obras de Jean Delville siguen ahí, como una mirada
hiperconcentrada y desgarradora de los universos ocultos, del pasado y del
infierno. Con mucho de cristiano trágico enlazado a otro mucho de pagano, y con
un delicioso sabor a gnosticismo, sus pinturas parecen deleitarse ante los
hechos atroces y simbólicos, como los poemas de Baudelaire, de cuya escuela fue
deudor.
Jean Delville nació en la
ciudad belga de Lovaina, trasladándose a Bruselas a los seis años. Ya adulto,
vivió principalmente en el suburbio de Bruselas “del Bosque”, pasando también
algunos años en París, Roma, Glasgow y Londres.
Desde muy joven su habilidad
artística era excepcional. Se formó académicamente en La Escuela de Bellas Artes de
Bruselas en compañía de Eugéne Laermans y de Víctor Horta.
No obstante, en esta época comienza a mostrar una
creciente pasión por las denominadas ciencias ocultas… dando un giro sustancial
a su temática.
Un cambio e interés que adquiere solidez cuando
se traslada a París, allá por 1889. Influido por el Renacimiento italiano,
autores tales como: Rafael, Leonardo o Miguel Ángel,
resultaron esenciales en la conformación de su estilo personal.
Expone por primera vez y de manera simultánea a
sus estudios a la edad de veinte años.
Además de la pintura, Delville también expresó
sus ideas en numerosos textos escritos. Los temas del idealismo, esoterismo,
alegorías o la cábala son estandartes y férreas convicciones plasmadas, entre
otros, en su libro: “Diálogo entre nosotros. Argumentación cabalística,
ocultista, idealista”, de 1895 e inmortalizadas en gran parte de su obra
pictórica.
De esta manera, la extensa relación de ideas
ocultistas escritas, es decir: la creencia en la reencarnación, la existencia
de un fluido divino en los cuerpos, el éxtasis o la telepatía, están
directamente relacionadas con toda su obra y explícitamente manifestadas en dos
de sus trabajos más célebres: El ángel del esplendor y Los tesoros de Satán.
El “SAR”, con quien Delville se reunió en París
en 1887 o 1888, era un ocultista muy excéntrico. Se presentó como un
descendiente de los reyes magos sacerdotales. De hecho, el nombre real fue
Joseph Péladan. Llegó a París en 1884 con el objetivo de tomar la ciudad por
asalto. Estableció su propia Orden Rosacruz llamada la Orden de la Rosa + Cruz
del Templo y el Grial. Sus escritos insinuaban prácticas ocultas, la alquimia,
la magia y la iniciación. Péladan fue una gran influencia para Delville.
Otra clave importante para la comprensión de
pinturas y dibujos de Delville es el concepto de la luz astral. Él
describió la luz astral como una matriz invisible y universal que envuelve todo
en el universo.
DELVILLE Y LA ESCUELA DE PLATÓN
La Escuela de Platón, es un óleo sobre lienzo espectacular, haciendo 2,60 metros de altura por 6,05 metros de ancho. Esta impactante obra se encuentra en el Museo de Orsay en París.
Se puede observar cómo asocia el artista la
figura del filósofo griego con la imagen habitual de Jesucristo, además de
ilustrar a la perfección el componente erótico de la filosofía platónica. En su
pintura hay un gusto evidente por lo oculto y la Iniciación.
La Escuela de
Platón, decoración destinada a la Sorbona que jamás se colocó, es a más de un
título, una obra sobrecogedora. Sus dimensiones monumentales, la ambición de su
propósito, una interpretación de la filosofía clásica vista por el prisma del
ideal simbolista, señalan en seguida la singularidad de la obra. El manifiesto
proclama sus referencias, de Rafael a Puvis de Chavannes; pero las embellece de
la extraña seducción de una gama cromática obviamente irreal. La ambigüedad que
se desprende de este manierismo fin de siglo, nubla a propósito, cualquier
frontera entre pureza y sensualidad.
La obra
contiene una inagotable presencia de espiritualidad y sensualidad, pues es
absolutamente explícita la teatralidad inconfundible de Jesús y los Apóstoles,
donde es Platón en el “papel” de Jesús, quien orienta a sus discípulos (los
apóstoles). En principio, el cuadro llevaba por título “Platón y sus alumnos”
y, es probablemente debido a la desnudez de sus alumnos (Apóstoles) por lo que
tuviera que cambiar el título, para enmascarar el paralelismo religioso tan
obvio. Como se observa, Platón está vestido y barbudo como Cristo, por otra
parte, los personajes dispuestos alrededor, exhiben pureza y a la vez
sensualidad, aparentemente andróginos, al detalle se observa el formidable
erotismo que proponen sus posturas, miradas, apoyos…
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