Entonces la soñé desnuda.
Era fuego su piel
y ardía entre mis manos
como un delirio
(luego supe dónde escondía los colores de la risa,
dónde su mirada escarba y se detiene).
Y le anduve los gestos, la voz,
aquella anchura tallada en sus caderas...
Y en una esquina del vientre
le descubrí
esa costumbre de matar
de un sólo golpe
a la inocencia.
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