Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó
en un nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la
nidada de pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los
pollos… pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e
insectos, picando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros
por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan
los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por
encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y
majestuosa por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas
doradas.
La vieja águila miraba asombrada hacia arriba: “¿qué es eso?”,
preguntó a una gallina que estaba junto a ella. “Es el águila, el rey de las
aves”, respondió la gallina. “Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes
a él”. De manera que el águila no volvió a pensar en ello.
Y murió creyendo que era una gallina de corral.