Te amo como a su callada madre el niño,
como las grutas a sus profundidades,
como las salas a la luz,
como el espíritu a la llama y al descanso el cuerpo.
Guardo tus sonrisas, tus vaivenes, tus palabras
como la tierra guarda los objetos que en su seno caen.
En mis instintos he grabado,
como los ácidos en el metal,
tu dulce imagen:
colma allí tu criatura todas las cosas esenciales.
Los instantes ruidosamente pasan,
pero tú quedas, muda, en mis oídos.
Las estrellas se encienden y descienden,
pero tú te detienes en mis ojos.
Como el silencio en una gruta
tu sabor flota cálido en mi boca,
y tus manos, alzando un vaso de agua,
sobre ellas su fina red de venas,
recomponen el alba por momentos.