Por Víctor
Sánchez
El
«Guerrero» no existe, es un mito. Un bellísimo mito de nuestro tiempo, que al
igual que todos los mitos, tiene la función de reflejar nuestras más nobles
aspiraciones como mortales.
Es una
invitación y una guía para el insólito proceso de convertirnos en seres mágicos
mediante la encarnación del mito. Todos los pueblos de la tierra y en todos los
tiempos han tenido mitos. Mitos acordes a su altura moral y a sus
inclinaciones. Mitos que son de hecho uno de los mejores reflejos de los
pueblos y los hombres y mujeres que lo componen.
Los mitos
son en parte relatos. Relatos que la gente cuenta y que muchas veces se
transmiten de generación en generación. Antropológicamente, resulta absurdo
cuestionar si estos relatos son «reales» o «ficticios». Los mitos son reales en
tanto que cumplen con una función real entre la gente.
Es en los
mitos donde los pueblos encuentran un espejo para reflejar su mejor rostro y
aún su rostro desconocido. Es un espejo en donde se refleja la cara del otro.
Ese otro que soy y sin embargo no soy. De ese otro que no soy pero que sueño
con ser. De ese otro que me refleja a mí mismo pero diferente; elevado,
transfigurado y convertido en un ser con poder, con magia y sobre todo, libre.
El mito es
la esperanza perenne del hombre que a pesar de todos sus tropiezos, sigue
soñando íntimamente en la posibilidad de una vida libre de contradicciones,
libre de la opresión, de la violencia y de la vorágine que compone buena parte
de nuestra vida social.
El mito es
a la sociedad lo que los sueños a los individuos; así, el mito es el sueño del
Hombre, que nos susurra en el oído promesas de belleza y libertad.
Desde el mito de Cristo, que siendo un hombre y a través de una vida de purificación y de servicio, se transfigura y se convierte en Dios, hasta los mitos de Hércules, Quetzalcóatl, Buda y muchos otros, los temas son siempre los mismos: el hombre de profundas aspiraciones viviendo en un mundo que siempre está muy por debajo de ellas. El conflicto entre la sociedad en la que vive y las aspiraciones de su espíritu. La lucha, las dudas y las pruebas por las que tiene que atravesar para finalmente lograr su sueño: trascender el caos y el aspecto miserable de la condición humana.
Desde el mito de Cristo, que siendo un hombre y a través de una vida de purificación y de servicio, se transfigura y se convierte en Dios, hasta los mitos de Hércules, Quetzalcóatl, Buda y muchos otros, los temas son siempre los mismos: el hombre de profundas aspiraciones viviendo en un mundo que siempre está muy por debajo de ellas. El conflicto entre la sociedad en la que vive y las aspiraciones de su espíritu. La lucha, las dudas y las pruebas por las que tiene que atravesar para finalmente lograr su sueño: trascender el caos y el aspecto miserable de la condición humana.
Por otra
parte, los mitos son una guía para la acción. Un mapa de cómo llegar a las
realidades mágicas que describen. Los mitos no existen para entretener, sino
para promover formas de conducta y acciones concretas que permitan al hombre
salir del caos en que suele vivir encerrado.
Cuando el
hombre no se pone a la altura de sus mitos y no es capaz de actuar en
consecuencia, entonces los convierte en dogma y funda una religión. Cuando esto
sucede, el mito pierde su papel liberador y se convierte en instrumento de
opresión. Yo diría que deja de ser mito. Mientras que el mito es algo para ser
vivido, el dogma es algo para ser creído; el primero invita a la acción y el
segundo a la sumisión. Las iglesias y sus ministros son intermediarios
innecesarios que la mayoría de las veces entorpecen cuando no lo liquidan
nuestro camino (que es nuestra única vida) hacia la Libertad y el Conocimiento.
Entre los
pueblos mal llamados «primitivos» los mitos y los rituales están íntimamente
ligados. El rito, la ceremonia, es el tiempo «fuera del tiempo». Es el espacio
donde los seres humanos serán transfigurados y habrán de encarnar a los seres
mágicos de que les hablan sus canciones y leyendas. Es el tiempo mágico en que
los seres de poder, luz, amor y conocimiento vienen a la tierra y se igualan
con los hombres, o dicho de otro modo, el tiempo en que los hombres se
convierten en los seres mágicos que sueñan ser.
Yo he
vivido esa magia con los huicholes, he visto desde adentro del ceremonial
(porque no puede ser visto desde afuera), cómo el Marakame se convierte en
venado maíz peyote; cómo Tatewari (el abuelo fuego) canta a través de su boca y
cómo los hombres se convierten en pequeños soles. Y no es como algunos creen
por el mero hecho de comer peyote que los huicholes pueden encarnar sus mitos
en el ceremonial. Cualquiera puede comer peyote o alguna otra planta
psicoactiva; pero necesitaría de la vida disciplinada del huichol y de su
entrenamiento de toda una vida para sacar el provecho que ellos sacan al tener
una «visión verdadera», esto es; una visión que repercuta en mejores formas de
vivir.
Del mismo
modo, El Camino del Guerrero, donde los Guerreros son seres mágicos viviendo
con alegría y poder en medio de la sociedad de todos los días, es un mito de
nuestro tiempo. No porque los Guerreros o los Hombres de Conocimiento no tengan
una existencia concreta que sí la tienen, sino porque tienen la misma función
que los demás mitos: reflejar nuestras más caras y dignas aspiraciones como
mortales e invitarnos a tornarlas realidad.
Don Juan
le decía a Carlos Castaneda, que uno no es nunca un Hombre de Conocimiento. Del
mismo modo, uno no es nunca un Guerrero al menos no del todo aunque estemos
siempre luchando por llegar a serlo, siempre estamos en camino, como Genaro
hacia Ixtlán. Para nosotros, el mito del guerrero es una maravillosa invitación
a encarnarlo y de ese modo volverlo real en nuestra propia persona. Empieza por
el trabajo de llevar un poco de ese tiempo mágico a nuestra vida de todos los
días, cuando en lugar de comportarnos como máquinas que simplemente obedecen a
una programación ajena, elegimos el acto a propósito y «el modo del Guerrero».
Esos momentos de luz en que dirigimos nuestra vida y lo que nos sucede desde
adentro, son como el tiempo mágico de una ceremonia, en que la vida nos habla
personalmente y nosotros le entendemos, en que la vida se hace nuestra amiga y
comprendemos lo que significa el poder y el conocimiento expresados no en la
imaginación, sino en acontecimientos concretos. El reto para el que sigue el
Camino del Guerrero, es trabajar duro para conseguir que esos momentos mágicos
en que consigue encarnar el mito, sean cada vez más frecuentes y continuos,
hasta que la magia predomine sobre la sumisión y la armonía sobre el caos.
Hasta que su sueño de poder y libertad predomine sobre la realidad caótica de
la gente de todos los días. Hasta que el sueño se torne realidad.