Allá... donde reza el misterio de perdonar la libertad
y no ser libre,
porque nunca estaré y sin embargo
tampoco será momento para irme.
Reincidentes de viejas ilusiones.
Rodamos entre alas y humos.
Lunáticas hazañas. Olor a otros.
Había que intentarlo.
Rompiéndonos.
Hurgándonos con furia.
Sudándonos.
Yéndonos hacia dentro.
Dando vuelta a la hoja.
Dessiré D’ Angelo
Del Poemario: “Garras de Sumisa”
A través del cristal de la nostalgia me miro en este espejo. Devuelve una imagen difícil de apresar… y, sin embargo, lo intento. Porque allí, dentro de aquella inevitable yo, es donde te encuentro, donde suceden las escenas más hermosas.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Alguien respira entre el silencio que guardo y la oración de la noche…
astillas de palo santo envejecen la madera,
y con la luz del día se verá el cansancio sobre la mesa gastada,
mis manos en la madera y la ilusión en mis manos… alguien respira,
tal vez sea mucho tiempo el que le dimos a esperar la historia,
tal vez no exista un solo libro que explique o cuente apenas la historia…
todo se quedó en los ojos, mi niña… todo, hasta las lágrimas de otros,
hasta tu risa de loca hermosa, mordiendo el sabor del vino y de los besos,
hasta mi gesto insensato de mirarte
como el que descubre el mundo en una mirada larga
perdida entre los espejos del destino…
nazco cada vez que vuelvo a ver detrás de tu sombra,
creyendo atrás de tu aliento, respirando…
algo como la locura me desliza por la espalda una caricia insoportablemente suave,
y me dibuja caminos con las uñas, como ríos… suave y descarnado trazo,
algo como la locura quiere llevarme a su ternura callada,
deja un secreto en la sangre y me lame las heridas,
como un animal sacándome el dolor del mismo hecho que duele,
como un beso de veneno para curar muertes largas
y devolverme al silencio donde temblé hasta dormirme,
donde nací hasta quererte,
donde enlacé la distancia a tu cintura para quedar enlazado como el viento,
como un vestido de flores a tu cuerpo,
como algo que te desnuda y no molesta…
tal vez sea mucha sangre la que le hicimos beber al alma,
tal vez no haya más que una razón para la vida… y ¡quién sabe!...
todo se queda en el pecho, mi niña… todo… hasta tus gritos de lluvia,
hasta tu canción de brisa,
y el indudable perfume de los jazmines durmiéndose en la mesa
donde se duermen mis manos…
Horacio De Stefano
Buenos Aires, Argentina.