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viernes, 9 de septiembre de 2016

Poema...



A veces me ocurre y, de repente,
cuando decae la tarde y las ausencias
regresan a mi estancia con más furia,
te agarro de la mano y te conduzco,
en oníricos periplos, por caminos agrestes.
Y nos trazamos metas
de las que aún el final no se halle escrito.
Siempre nos quedarán pequeñas cimas
(íntimos lugares acotados)
que pueden servirnos de refugio.
Sobre la mesa están la sal y el pan: te los ofrezco
tan sólo porque ya por siempre sepas
que te guardo un cálido rincón junto a la lumbre.
A cambio, sólo pido que me oigas,
que escuches el sonar de mi aliento cada noche,
que me digas esas cosas pequeñas:
las dudas que a ambos nos afligen;
las grietas con que el tenaz silencio
nos hiere y nos aleja;
los miedos, que son muros invisibles
que a veces nos separan;
los lazos que sujetan pero que no nos atan.
Porque no quiero llorar cuando sea tarde
y nos hielen las venas los fríos del invierno.
Calendarios y termómetros anuncian
que ya está haciendo demasiado frío
en el refugio incógnito en que se
aloja el alma.


Octavio Fernández Zotes