¿Quién
es Clarice Lispector? Ella contesta:
"Nací en Ucrania, pero ya en fuga.
Mis padres pararon en una aldea que ni aparece en el mapa, llamada
Tchetchelnik, para que yo naciera, y se vinieron al Brasil, adonde llegué con
dos meses. De manera que llamarme extranjera es una tontería. Soy más brasileña
que rusa, evidentemente... Cuando tenía catorce o quince años, escribí un
cuento y lo llevé a una revista que se llamaba Vamos a leer, me quedé allí, de
pie. Yo era lo que sigo siendo, una tímida atrevida. Soy tímida, pero me lanzo.
Le di el cuento para que lo leyera y dije: 'Es para que usted vea si lo
publica.' Lo leyó, me miró y dijo: '¿Has copiado esto de alguien? ¿Lo has
traducido de alguien?' Respondí que no y lo publicó... (tomado de Declaraciones
autobiográficas y literarias). También alguna vez dijo: "Nací para amar a
los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan
vasto que incluye incluso perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los
demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da
amor y a veces recibe amor a cambio.”
Misterio
Cuando empecé a escribir ¿qué deseaba lograr? Quería
escribir algo que fuera tranquilo y sin modas, algo como el recuerdo de un
monumento alto que parece más alto porque es recuerdo. Pero quería, de
paso, haber tocado realmente el monumento. Sinceramente, no sé lo que
simbolizaba para mí la palabra monumento. Y terminé escribiendo cosas
completamente diferentes.
Prescindir de lo atrayente…
Sería más atrayente si yo lo hiciera más atrayente.
Usando, por ejemplo, algunas de las cosas que enmarcan una vida o una cosa o
historia de amor o un personaje. Es perfectamente lícito hacerlo atrayente, sólo
que existe el peligro de que un cuadro se vuelva cuadro porque el marco lo hizo
cuadro. Para leer, es claro, prefiero lo atrayente, me cansa menos, me
arrastra más, me delimita y me circunda. Para escribir, sin embargo, tengo que
prescindir. La experiencia vale la pena, aunque tan sólo sea para quien la
escribió.
Escribir las entrelíneas…
Entonces escribir es el modo de quien tiene la
palabra como carnada: la palabra que pesca lo que no es palabra. Cuando esa
no-palabra --la entrelínea-- muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que
se pescó la entrelínea, se podría arrojar fuera la palabra con alivio. Pero ahí
cesa la analogía: la no-palabra, al morder la carnada, la incorporó. Lo que
salva entonces es escribir distraídamente.
Dije una vez que escribir es una maldición. No me
acuerdo exactamente por qué lo dije, y con sinceridad. Hoy repito: es una
maldición, pero una maldición que salva.
No me estoy refiriendo a escribir para los diarios.
Sino a escribir aquello que eventualmente se puede transformar en un cuento o
en una novela. Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso
del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una
salvación.
Escribir salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. Escribir es buscar entender, es buscar reproducir lo irreproducible, y sentir hasta las últimas consecuencias el sentimiento que permanecería apenas vago y sofocante. Escribir es también bendecir una vida que no fue bendecida.
Qué pena que sólo sé escribir cuando la "cosa" viene espontáneamente. Así quedo a merced del tiempo. Y, entre un escribir verdadero y otro, pueden pasar años.
Me acuerdo ahora con saudade del dolor de escribir libros.
Sobre la escritura…
A veces tengo la impresión de que escribo por simple
curiosidad intensa. Es que, al escribir, me doy las sorpresas más inesperadas.
Es en el momento de escribir cuando muchas veces soy consciente de cosas, de
las cuales, siendo inconsciente, antes yo no sabía que sabía.
Forma y contenido…
Se habla de la dificultad entre la forma y el
contenido, en materia de escribir, hasta se llega a decir: el contenido es
bueno pero la forma no, etc. Pero, por Dios, el problema no es el que el
contenido está de un lado y la forma del otro, Así sería fácil: sería como
relatar a través de una forma lo que ya existía libre, el contenido. Pero la
lucha entre la forma y el contenido está en el pensamiento mismo: el contenido
lucha por formarse. Para decir la verdad, es imposible un contenido sin su
forma. La intuición es la honda reflexión inconsciente que prescinde de forma
mientras ella misma, antes de subir a la superficie, se trabaja. Me parece que
la forma aparece cuando el ser todo está con un contenido maduro, ya que se
quiere dividir el pensar o el escribir en dos fases. La dificultad de forma
está en el mismo constituirse del contenido, en el propio pensar o sentir, que
no sabrían existir sin su forma adecuada y a veces única.
La peligrosa aventura de escribir…
Mis intuiciones
se vuelven más claras al esforzarme en trasponerlas en palabras." Eso
escribí una vez. Pero es un error, porque, al escribir, encolada y pegada, está
la intuición. Es peligroso porque nunca se sabe lo que vendrá, si se es
sincero. Puede venir el aviso de una destrucción, de una autodestrucción por
medio de las palabras. Pueden venir recuerdos que jamás querríamos ver en la
superficie. El clima se puede volver apocalíptico. El corazón tiene que estar
puro para que venga la intuición. ¿Y cuándo, Dios mío, se puede decir que el
corazón está puro? Porque es difícil comprobar la pureza: a veces en el amor
ilícito está toda la pureza del cuerpo y del alma, no bendecido por un padre,
sino bendecido por el propio amor. Y todo eso se puede llegar a ver; y haber
visto es irrevocable. No se juega con la intuición, no se juega con la
escritura: la caza puede herir de muerte al cazador.
Recordar lo que no existió…
Tantas veces escribir es recordar lo que
nunca existió. ¿Cómo lograré saber lo que ni siquiera sé? Así: como si
recordara. Con un esfuerzo de memoria, como si yo nunca hubiera nacido. Nunca
nací, nunca viví: pero recuerdo, y éste es un recuerdo en carne viva.
Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre.
Sobre la autora: Clarice Lispector (1926-1977), narradora brasileña, que nació en Ucrania, pero que, cuando era pequeña, se trasladó con su familia a Recife.
Después se instaló en Río de Janeiro, donde estudió
derecho. Estuvo en Nápoles, trabajando en el hospital de la Fuerza
Expedicionaria Brasileña, y después en Suiza y Estados Unidos. Su primera
novela, escrita a los 17 años, Cerca del corazón salvaje (1944) la hizo
merecedora del premio Graça Aranha. Después de publicar La manzana en la
oscuridad (1961), despertó el interés de la crítica literaria, que la
situó, junto con João Guimarães Rosa, en el centro de la ficción de vanguardia.
En su obra se descubre un uso intenso de la metáfora, atmósfera íntima y
ruptura con la peripecia basada en hechos, principalmente en La pasión según
G. H. (1964) y Un aprendizaje o el libro de los placeres (1969).
En el contexto de la nueva literatura brasileña, su obra se
destaca por la exaltación de la vivencia interior y por el salto de lo
psicológico a lo metafísico. En el plano ontológico, se produce el encuentro
entre una conciencia y un cuerpo, en estado de materialidad neutra. En su
narración pueden identificarse varias crisis: crisis del ‘personaje-ego’,
resuelta no a través del intimismo, sino en la búsqueda consciente de lo
supraindividual; crisis de la narración, a través de un estilo inquisitivo;
crisis de la función documental de la prosa novelesca. Parte del presupuesto de
que toda obra es novela de educación existencial.
De su vasta producción literaria, desde La ciudad
sitiada (1949) hasta La bella y la bestia (1979), merecen recordarse
los cuentos Lazos de familia (1960, traducidos al español por Cristina
Peri Rossi en 1988), La legión extranjera (1964), y las novelas La
imitación de la rosa (1973), Agua viva (1977), La hora de la
estrella (1977) y Un soplo de vida (póstuma, 1978). Murió en Río de
Janeiro.
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