«Demian»
Siendo «alemán», no es
provinciano. Inolvidable el efecto electrizante que tuvo inmediatamente
después de la Primera Guerra Mundial el «Demian» de aquel misterioso Sinclair,
una obra que con impresionante precisión dio en el nervio de la época y
arrastró a un entusiasmo agradecido a toda una juventud, que creía que de sus filas había
surgido un portavoz de su
sentir más profundo (y era un hombre de ya 42 años el que le daba lo que
necesitaba). Thomas Mann
Apuntes de Hermann Hesse sobre la obra
«Demian»
(1919)
De todas partes me piden que explique por qué no
publiqué el «Demian» con
mi propio nombre, y por qué elegí precisamente el seudónimo
Sinclair.
Como algunos periodistas han averiguado mi
paternidad literaria y han destruido mi pequeño secreto, confieso ser el autor de
la obra. Pero no puedo ni satisfacer ni aceptar los deseos de
revelación y explicación sicológica sobre el origen del «Demian» y las
razones de su seudonimidad. La crítica tiene el derecho de analizar al
escritor hasta donde pueda, también tiene el derecho de tildar de tontería y
llevar a la luz de la discusión pública lo que para el escritor
es importante y sagrado. Pero ahí se agotan sus derechos. Sobre los secretos, hasta los
que no llega la crítica, el poeta sigue teniendo su propio derecho, que
sólo él conoce, su pequeño y bien guardado secreto.
Como desgraciadamente se ha roto el velo, he
devuelto el premio Fontane, que fue concedido al «Derritan» y he
pedido a mi editor
que ponga mi nombre de autor en las futuras ediciones del libro.
Considero satisfechas así mis obligaciones. Y para la próxima
vez, ya sé, después de esta experiencia, un buen camino, completamente
seguro, para quedar en la sombra, si volviese a tener en la vida un secreto sagrado.
Pero no se lo revelaré a nadie.
Prólogo a
«Sinclairs Notizbuch»
(Libro de notas de
Sinclair)
(Nueva edición
1962)
Sinclair fue el seudónimo que elegí, en la época de prueba más amarga
de mi vida, para algunos de mis ensayos escritos durante la guerra de 1914 y luego
para el «Demian», pensando en el amigo y benefactor de Hölderlin en
Homburg, cuyo nombre me era querido desde joven, y que poseía para mí una magia secreta.
Bajo el signo de
«Sinclair» se halla para mí, aún hoy, aquella época candente, la
agonía de un mundo hermoso e irrecuperable, el despertar, en un principio
doloroso, después aceptado plenamente, a una nueva comprensión del mundo y de la
realidad, el descubrimiento súbito de la unidad bajo el signo de la
polaridad, de la
coincidencia de los antagonismos, tal como los maestros del ZEN la
trataron de traducir a fórmulas mágicas hace miles de años en China.
Pasajes del «Demian» de «Sinclairs Notizbuch»
(1923)
Si no fuésemos algo más que seres únicos, sería
fácil hacernos
desaparecer del mundo con una bala de escopeta y no tendría ya sentido
contar historias. Pero cada hombre
no es solamente él; también es el punto único y
especial, en cualquier caso importante y curioso, donde, una vez y nunca más, se cruzan los
fenómenos del mundo de una manera
singular. Por eso la historia de cada hombre es importante, eterna, divina, por
eso cada persona, mientras vive y
cumple la voluntad de la naturaleza,
es maravillosa y digna de toda atención. En cada uno se ha encarnado el espíritu, en cada uno sufre la
criatura, en cada uno es crucificado un salvador.
Pocos saben hoy qué es el hombre. Muchos lo intuyen y por eso
mueren más tranquilos, como yo moriré cuando haya terminado de escribir esta historia.
Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como
las historias inventadas, sabe a disparate y confusión, a locura y sueño, como
la vida de todos los hombres que ya no quieren
seguir engañándose a sí mismos.
La vida de cada hombre es un
camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero. —Podemos entendernos
los unos a los otros; pero sólo nosotros nos podemos interpretar.
De la infancia:
A veces sabía que mi meta en la vida era ser como mis padres, tan claro y puro, tan superior y
ordenado; pero el camino era largo, y
para llegar a la meta había que pasar
por el colegio y estudiar, sufrir pruebas y exámenes; y el camino iba siempre bordeando el otro mundo más oscuro, a veces lo atravesaba y no era del todo imposible quedarse y hundirse en él. Había
historias de hijos perdidos a los que había sucedido eso, y yo las leía con verdadera pasión. El retorno al
hogar paterno y al bien era siempre
liberador y grandioso, y yo sentía que aquello era lo único bueno y deseable; pero la parte de la historia que se desarrollaba
entre los malos y perdidos siempre resultaba más atractiva y,
si se hubiera podido
decir o confesar, daba casi pena que el hijo pródigo se
arrepintiese y volviera. Pero aquello no se decía, ni se pensaba; existía de
alguna manera como presentimiento y posibilidad en el fondo del corazón.
La historia del estigma de Caín: el estigma fue lo
que existió en un
principio, y en él se basó la historia. Hubo un hombre con algo en el
rostro que daba miedo a los demás. Nadie se atrevía a tocarle; él y sus
hijos impresionaban.
Quizás no se trataba de una auténtica señal sobre la frente, de algo como un
matasellos de correos, las cosas no suelen ser tan burdas en la vida. Probablemente
fuera algo apenas perceptible, inquietante: un poco más de
inteligencia y audacia en la mirada, a las que la gente no estaba acostumbrada.
Aquel hombre tenía
poder, aquel hombre inspiraba temor. Llevaba una «señal». Esta no se
explicaba como lo que era, es decir como una distinción, sino como todo lo
contrario. La
gente dijo que aquellos tipos con la «señal» eran siniestros; y la
verdad, lo eran. Los hombres con valor y carácter siempre resultan siniestros a
los demás.
Cuando los trabajadores asesinan a los fabricantes o
los rusos y los alemanes disparan los unos contra los otros, sólo se
intercambian los años. Pero no será en vano. Pondrá de manifiesto la
futilidad de los ideales actuales, provocará una liquidación de dioses
arcaicos. Este mundo, así
como es ahora, quiere morir, quiere perecer, y perecerá.
Lo que vendrá después es inimaginable. El alma de Europa es un animal
que ha estado muchísimo tiempo encadenado. Cuando esté libre, sus primeros
impulsos no serán muy
agradables. Pero los caminos y rodeos carecen de importancia, si a
cambio sale a la luz la verdadera miseria del alma, que desde hace tanto tiempo es ocultada
y aturdida una y otra vez con mentiras. Entonces será nuestro día, nos necesitarán no como jefes, sino
como voluntarios, como seres que están dispuestos a estar donde les llama el
destino. Mira, todas las
personas están dispuestas a realizar lo increíble cuando sus ideales
están amenazados. Pero ninguno
está dispuesto cuando llama un nuevo ideal, un
nuevo impulso de crecimiento, quizás peligroso e inquietante.
En la profundidad estaba gestándose algo. Algo así como una nueva humanidad. Yo vi a
muchos, y alguno murió en
el frente a mi lado —que de manera intuitiva descubrieron que el odio y la ira,
el asesinato y la destrucción,
no estaban ligados a las cosas. No, las cosas y las metas eran completamente casuales. Los sentimientos primarios, también los más
salvajes, no estaban
dirigidos contra el enemigo, su obra sangrienta era solamente un reflejo del interior, del
alma dividida, que quería desatarse y matar y morir para volver a nacer.
Lo que en algunas ocasiones he dicho sobre el cristianismo, no aspira a la exactitud
objetiva absoluta; ésta sólo
existe dentro de la ortodoxia y en ella no he estado nunca. No recuerdo exactamente lo que dije sobre este tema en el «Demian», hace más
de 35 años que lo
escribí. Respeto todas las religiones, pero no la pretensión de validez única
de los ortodoxos.
El nombre «Demian» no fue inventado ni elegido
(por mí, lo conocí
en un sueño y me gustó tanto que lo puse como título de mi libro. Más tarde cuando éste
ya había sido
publicado, me enteré de que existe también como apellido, también en la forma italiana Demiani.
Aún otra cosa: claro que el muchacho Kromer vive también lo que
pugna por salir de él. Lo hace a un nivel inferior y si no consigue
elevarse, terminará como director de banco o presidiario. Al menos sus humillaciones y sus
infamias dan ocasión al atormentado Sinclair para evoluciones
valiosas.
Su última pregunta
la considero fútil. Se puede preguntar por todo lo que figura en un libro y que a
uno le parece importante,
pero no por lo que no está escrito en él. Sino no se acabaría nunca. A mí me pareció
muy importante lo que
sucedía entre Demian y Sinclair. No veo lo que podría haber sucedido de provechoso entre
Demian y Kromer.
Hermann
Hesse
(1877-1962), novelista y poeta alemán, nacionalizado suizo, que por sus ideas
irracionalistas y místicas anticipó en muchos aspectos las vanguardias
europeas. A su muerte, se convirtió en una figura de culto en el mundo
occidental.
Hesse
nació el 2 de julio de 1877 en Calw, Alemania. Como su padre había sido
misionero, ingresó en un seminario, pero abandonó los estudios teológicos y
empezó a trabajar primero como mecánico y luego como librero, por lo que puede
decirse que fue un autodidacta. Esta etapa de rebeldía contra la educación
formal la expresó en la novela Bajo las ruedas (1906). A partir de su
trabajo en la librería, se dedicó al periodismo por libre, lo que le inspiró su
primera novela, Peter Camenzind (1904), la historia de un escritor
bohemio que rechaza la sociedad y acaba llevando una existencia de vagabundo.
Durante
la I Guerra Mundial, Hesse, que era pacifista, se trasladó a Montagnola, Suiza;
se hizo ciudadano suizo en 1923. La desesperanza y la desilusión que le
produjeron la guerra y una serie de desgracias personales, así como su búsqueda
de una espiritualidad universal que diera respuestas, para él satisfactorias,
de la existencia humana, se convirtieron en el tema principal de su posterior
obra novelística. Sus escritos se fueron enfocando hacia nuevos objetivos
espirituales y valores que sustituyeran a los tradicionales, que ya no le eran
válidos. En la novela Demian (1919), se percibe la clara influencia de
la obra del psiquiatra suizo Carl Jung, al que Hesse descubrió en el curso de
su propio, aunque breve, psicoanálisis. El tratamiento que el libro da a la
dualidad simbólica entre Demian, el personaje soñado, y su homólogo en la vida
real, Sinclair, despertó un enorme interés entre los intelectuales europeos
coetáneos (fue el primer libro de Hesse traducido al español, y lo hizo Luis
López Ballesteros en 1930). Las novelas de Hesse desde entonces se fueron
haciendo cada vez más simbólicas y acercándose más al psicoanálisis. Por
ejemplo, Viaje al Este (1932) examina en términos junguianos las
cualidades místicas de la experiencia humana. Siddhartha (1922) refleja
su interés por el misticismo oriental, fruto de un viaje a la India. Esta
novela corta, que evoca de forma lírica la relación entre un padre y un hijo,
está basada en la vida del joven Buda.
El
lobo estepario (1927)
es quizás la novela más innovadora de Hesse. La doble naturaleza del artista-héroe
—humana y licantrópica (véase Hombre lobo) — le lleva a un laberinto de
experiencias llenas de pesadillas; así, la obra simboliza la escisión entre la
individualidad rebelde y las convenciones burguesas, al igual que su obra
posterior, Narciso y Goldmundo (1930). La última novela de Hesse, El
juego de abalorios (1943), situada en un futuro utópico, es de hecho una
resolución de las inquietudes del autor. También en 1952 se han publicado
varios volúmenes de su poesía nostálgica y lúgubre.
Hesse,
que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1946, murió el 9 de agosto de 1962 en
Suiza.
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