Te
nombro desde la soledad que no tengo
me
acompaña un pueblo vivo en mis ojos
el
cuadro de un amanecer pegado al vidrio
que
abrí con nuestras miradas,
(la locura que heredé cuando alcancé a
comprender
que estar cuerda es estar loca)
que
allí, detrás del umbral, hay ciegos que
nunca
ven sino en la noche profunda
y
que hay olores nacidos del mismo surco
del
viento, donde la siembra es el fruto
y
el árbol crece en la ausencia.
Te
nombro y miro un lirio y te toco
como
te palpo en la piedra, en un milagro del barro,
en
la frescura de un río, bajo la sombra de un croto,
y
en la sonrisa te encuentro y en la tristeza te llamo
y
allí en el cielo las nubes se leen como señales
del
mismo tiempo de amor,
del
mismo beso en las tardes.
Martha Jacqueline