Detrás…
el cielo del mundo es una raya en la palma del tiempo
que se lee sobre el pecho de la eternidad.
El viento florece en las espigas.
Vistamos la penumbra de sencillo,
la voz de lo profundo, en el umbral.
Distantes
como el secreto de una señal anunciada
por el
trigo que los difuntos siegan más allá de los campos
abismados
en el estigma de murallas de hierro;
cercanos
como las cenizas de la perpetuación que dictan al pie de los oráculos
el
trazado de un espacio no revelado a lo que nacerá otra vez
en el
seno de lo que habita en el aura sagrada del berilo;
mensajeros
del tiempo que se levantan en la memoria de la gran añoranza
del otro
lado del no estar con la visión inclinada hacia la sombra
de los
que no beberán las aguas de Leteo ni dejarán algo de sí
en el
umbral de cada puerta leída en las tablas de piedra de la diosa.
Barro
animado que se eleva hasta los humos del altar,
leche de
cabra que nutre los "siete pasos" hacia los puntos cardinales,
llamado
desoído por la hierba que de la providencia crece
en un
murmullo de ofrenda que esgrime el sortilegio de las constelaciones.
Habitantes
de la legión del más allá:
de los
encadenados a la tierra
de los
que no han de volver más
de los
que no han venido aún.
Ángeles
establecidos en el uno,
sobrevolando
el resplandor de los espejos en la permanencia de la duración
donde un
cántico recoge las palabras de "pase" que nadie dijo más,
el último
llamado que prolonga la voz de una estación
que nace
debajo del silencio lo mismo que el signo de un olvido;
sentencia
que abre hacia el revés de todo nacimiento,
dominio
inalcanzable por las migraciones del alma
cumplidas
en cada cuerpo de morir.
Esteban D. Fernández
Sobre el autor: Yo soy un sueño, un imposible... vano fantasma de niebla y luz... soy incorpóreo, soy intangible...