Cumplido el retiro, estás de nuevo en el show.
Atrás, en el bungalow,
dejas un papiro
sajado, y el sobregiro de una risa pizpireta.
Lanzas tu tarjeta remota, de huésped
casual, sobre el fino césped; gozas romper la
etiqueta.
Observada en perspectiva, la isla que abandonas
trae un aire de donnas bellas, su voz abrasiva
y suave, festiva. Un largo viaducto
comunica este reducto con tierra firme; palestra
rentable; te muestra dones del producto.
Siempre será ayer, un instante eterno
donde el subalterno que eras fue poder,
y el atardecer, y la noche larga,
libre, sin la amarga presencia de un límite,
te hicieron artífice de una nueva adarga.
No volverás a estas costas, lo sabes; y con
largueza
te regalas la certeza de un mar limpio, y langostas,
y un sol puro en las angostas poblaciones del noreste:
su naranja o rojo agreste delineando el cuerpo joven:
hecho para que desoven allí tu fe, tu miel, tu peste.
Alberto EDEL MORALES Fuentes
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