Empujado por los designios de la
tierra como una ola en el mar hacia ti va mi cuerpo. Y tú, en tu carne,
encierras las pupilas sedientas con que miraré cuando estos ojos que tengo se
me llenen de tierra.
LA BANDERA
Levántate
conmigo.
Nadie
quisiera
como
yo quedarse
sobre
la almohada en que tus párpados
quieren
cerrar el mundo para mí.
Allí
también quisiera
dejar
dormir mi sangre
rodeando
tu dulzura.
Pero
levántate,
tú,
levántate,
pero
conmigo levántate
y
salgamos reunidos
a
luchar cuerpo a cuerpo
contra
las telarañas del malvado,
contra
el sistema que reparte el hambre,
contra
la organización de la miseria.
Vamos,
y
tú, mi estrella, junto a mí,
recién
nacida de mi propia arcilla,
ya
habrás hallado el manantial que ocultas
y
en medio del fuego estarás
junto
a mí,
con
tus ojos bravíos,
alzando
mi bandera.
XXVII
Desnuda
eres tan simple como una de tus manos,
lisa,
terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes
líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda
eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda
eres azul como la noche en Cuba,
tienes
enredaderas y estrellas en el pelo,
desnuda
eres enorme y amarilla
como
el verano en una Iglesia de oro.
Desnuda
eres pequeña como una de tus uñas,
curva,
sutil, rosada hasta que nace el día
y
te metes en el subterráneo del mundo
como
en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu
claridad se apaga, se viste, se deshoja
y
otra vez vuelve a ser una mano desnuda.
LX
A ti te hiere aquel que quiso
hacerme daño,
y el golpe del veneno contra mí
dirigido
como por una red pasa entre mis
trabajos
y en ti deja una mancha de óxido
y desvelo.
No quiero ver, amor, en la luna
florida
de tu frente cruzar el odio que
me acecha.
No quiero que en tu sueño deje el
rencor ajeno
olvidada su inútil corona de
cuchillos.
Donde voy van detrás de mí pasos
amargos,
donde río una mueca de horror
copia mi cara,
donde canto la envidia maldice,
ríe, y roe.
Y es ésa, amor, la sombra que la
vida me ha dado:
es un traje vacío que me sigue
cojeando
como un espantapájaros de sonrisa sangrienta.
V
Amiga, no te mueras.
Óyeme estas palabras que me salen
ardiendo,
y que nadie diría si yo no las
dijera.
Amiga, no te mueras.
Yo soy el que te espera en la
estrellada noche.
El que bajo el sangriento sol
poniente te espera.
Miro caer los frutos en la tierra
sombría.
Miro bailar las gotas del rocío en las hierbas.
En la noche al espeso perfume de
las rosas,
cuando danza la ronda de las
sombras inmensas.
Bajo el cielo del Sur, el que te
espera cuando
el aire de la tarde como una boca
besa.
Amiga, no te mueras.
Yo soy el que cortó las
guirnaldas rebeldes
para el lecho selvático fragante
a sol y a selva.
El que trajo en los brazos
jacintos amarillos.
Y rosas desgarradas. Y amapolas
sangrientas.
El que cruzó los brazos por
esperarte, ahora.
El que quebró sus arcos. El que
dobló sus flechas.
Yo soy el que en los labios
guarda sabor de uvas.
Racimos refregados. Mordeduras
bermejas.
El que te llama desde las
llanuras brotadas.
Yo soy el que en la hora del amor
te desea.
El aire de la tarde cimbra las
ramas altas.
Ebrio, mi corazón, bajo Dios,
tambalea.
El río desatado rompe a llorar y
a veces
se adelgaza su voz y se hace pura
y trémula.
Retumba, atardecida, la queja
azul del agua.
Amiga, no te mueras.
Yo soy el que te espera en la
estrellada noche,
sobre las playas áureas, sobre
las rubias eras.
El que cortó jacintos para tu
lecho, y rosas.
Tendido entre las hierbas yo soy el que te espera.
Sobre el autor: Pablo Neruda
(1904-1973), seudónimo, después nombre legal, de Neftalí Ricardo Reyes
Basoalto, poeta chileno considerado una de las máximas figuras de la poesía
escrita en lengua española durante el siglo XX.
Su primer libro, cuyos
gastos de publicación sufragó él mismo con la colaboración de amigos, fue Crepusculario (1923), integrado
en parte por dos libros anteriores que no publicó, Las ínsulas extrañas y Los cansancios infantiles; esa primera obra fue bien acogida
por la crítica y los escritores. Al año siguiente, su obra Veinte poemas de amor y una canción desesperada se convirtió
en un éxito de ventas y lo situó como uno de los poetas más destacados de
Latinoamérica; es, sin duda, su libro mejor conocido y también el más
traducido. Entre las numerosas obras que le siguieron destacan: Residencia en la tierra (1933-1935),
poemas impregnados de trágica desesperación ante la visión de la existencia del
hombre en un mundo que se destruye, Tercera
residencia (1947) y Canto
general (1950), poema épico-social en el que retrata a Latinoamérica
desde sus orígenes precolombinos y que fue ilustrada por los famosos muralistas
mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Después publicaría: Versos del capitán (1952),
Odas elementales (1954-1957),
Estravagario (1958), Cien sonetos de amor (1959), Memorial de Isla Negra (1964), Fulgor y muerte de Joaquín Murieta
(1967), Las piedras del cielo
(1971) y La espada encendida
(1972). Como obra póstuma, el mismo año de su fallecimiento se publicaron sus
memorias Confieso que he vivido.
Ganó numerosos
premios a lo largo de su vida; los más importantes fueron: el Premio Nacional de Literatura, que
recibió en 1945; el Premio Lenin de la
Paz, en 1953, y el Premio Nobel de
Literatura, en 1971. Poeta de enorme imaginación, fue simbolista en sus
comienzos, para unirse posteriormente al surrealismo y derivar, finalmente,
hacia el realismo, sustituyendo la estructura tradicional de la poesía por unas
formas expresivas más asequibles. Su influencia sobre los poetas de habla
hispana ha sido incalculable y su reputación internacional supera los límites
de la lengua.