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viernes, 28 de noviembre de 2014

AMIR VALLE: “Mis personajes, mis historias y yo mismo somos criaturas de una época”.



Por Martha Jacqueline Iglesias Herrera

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Damos la bienvenida en Letraweb al escritor, crítico literario y periodista: Amir Valle. Nacido en Cuba en 1967 es considerado una de las voces esenciales de la actual narrativa latinoamericana.
Amir Valle ha cultivado los géneros de novela, cuento, ensayo, testimonio y ha preparado numerosas antologías sobre el cuento cubano y latinoamericano. Ganador de importantes premios literarios internacionales y de su país, en el 2006 la prestigiosa Fundación Heinrich Böll, de Alemania, le otorgó su más codiciada beca de creación por el conjunto de su obra narrativa al servicio de la defensa de las libertades en Cuba.
Entre otras obras, ha publicado los ensayos Ese universo de la soledad americana (Colombia, 1998) y Brevísimas demencias: la narrativa cubana de los 90 (Cuba, 2001), así como las novelas Ciudad Jamás perdida (Suecia, 1998), Muchacha azul bajo la lluvia (Cuba, 2001) y Los desnudos de Dios (Cuba, 2005). La editorial Planeta ha publicado Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba (Colombia y Estados Unidos, 2006). Su serie de novela negra que incluye Las puertas de la noche (España, 2001; Puerto Rico, 2002 y Alemania, 2005), Si Cristo te desnuda (Cuba, 2001 y España, 2002), Entre el miedo y las sombras (España, 2003) y Santuario de sombras ha recibido elogios de la crítica y la prensa especializada y lo colocó, junto a sus colegas Leonardo Padura y Daniel Chavarría, a la cabeza de la actual novelística cubana. Su novela Las palabras y los muertos obtuvo el Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa 2006.


JK: Cada tiempo exige un giro, una mutación, un crecimiento. En la obra de Amir Valle, ¿son sus criaturas hipersensibles al nervio de la época sin proponérselo o nacen al margen de historias que precisan verdades que parecieran decretarse para siempre?

Mis personajes, mis historias y yo mismo somos criaturas de una época. Seres que habitan esa realidad que cada día decreta nuestros pasos por este pequeño espacio de tiempo que Dios nos concedió (eso que llamamos vida), pero también son seres que van en busca de esas verdades íntimas o públicas sepultadas bajo las rígidas normas de conveniencia social de ciertas circunstancias (por ejemplo, una de ellas, haber nacido en una isla donde se quiso hacer la Revolución que soñaba, y necesitaba, buena parte de los soñadores del mundo). Incluso entre aquel Amir Valle que a los 16 años escribió los cuentos de Tiempo en cueros, con cuentos tan oníricos (y superantologados entonces) como “Abuelo en dos tiempos” o “Yo soy el malo”, hasta este Amir Valle que responde a tus preguntas robándole tiempo a la escritura final (la quinta escritura ya, ¡qué horror!) de la novela No hay hormigas en la nieve, fluye una de esas corrientes subterráneas que, creo yo, dan unidad y sentido de diferenciación a la obra que he escrito: un interés por descubrir, escribiendo, cuán libres somos los seres humanos cuando somos tal cual somos, sin máscaras, sin plegamientos de conveniencia a estamentos sociales creados por esos para quienes sólo somos un número sin alma en las estadísticas demográficas nacionales.

JK: En tus escritos se aprecia un acercamiento emocional y reflexivo al valor de la revolución como proceso social e histórico. Pero no faltan matices donde la sangre y la muerte acompañan a la misma en sus reversiones. Qué opinión te merece el panorama cubano actual.

Dentro de mí, hoy, se debaten en una lucha el pesimista, cuyo pesimismo nace de observar concienzudamente la realidad de nuestra isla, y el optimista tozudo y a veces irracional que llevo en mi modo de ver y enfrentar la vida. Lo que veo, me desanima: en medio de un interesante y angustioso proceso de cambios (forzados por las circunstancias, pero cambios al fin y al cabo), todos los caminos que se avizoran, todos los comportamientos de nuestros compatriotas, todos los movimientos que se producen a escala nacional y del exilio, me hacen sentir mal. Por un lado, un gobierno que insiste en no asumir la responsabilidad histórica que tiene en el desastre nacional y, en vez de apostar por un cambio que saque de la miseria a millones de cubanos (es decir, en cumplir de una vez el propósito por el cual se hizo la Revolución), está apostando por la sustitución de las viejas (y fracasadas) fórmulas con mecanismos que apuntan claramente a la sustitución despótica de una generación histórica por una nueva generación de herederos sin más ideología que aquella que sirva mejor a la conservación del poder y del status del que han disfrutado (ellos y sólo ellos) durante ya más de 50 años. Por otro lado, la inopia y el oportunismo egoísta de millones de cubanos, desencantados de la política, a quienes sólo les interesa escapar de la isla o sobrevivir en las nuevas circunstancias de voraz capitalismo disfrazado cada vez más con los trapos gastados de las viejas consignas socialistas, con lo cual se convierten en efectivos dardos que quienes detentan el poder pueden manipular una y otra vez, y lanzar a su antojo, contra todo lo que implique un verdadero cambio. Y, en ese mismo lado de nuestra espinosa realidad, una guerra absurda de caudillismos, divisionismos, y ataques (fundados o infundados) que ha llevado una guerra de desunión y desconfianza a los pocos que se atreven en la isla a plantear un rumbo distinto al que propone el gobierno. Si a eso le sumo lo que veo cada día en el exilio: división y guerritas entre quienes deberían aprovechar la posibilidad de vivir en países democráticos y libres para unirse en las diferencias y plantar cara a la debacle social, moral y económica de la nación que nos vio nacer, el pesimista tiene todas las de ganar.  Pero lo irracional del optimismo, que a fin de cuentas, es siempre un acto de fe, me hace creer que alguna luz iluminará toda esa miseria humana, egoísta y divisoria, que hoy gravita en el día a día de los cubanos de la isla y el exilio, pues creo que sólo así lograremos pasar por encima de las heridas, los odios, las divisiones, las guerritas personales, los intereses más íntimos para hacer algo que nos dignifique y saque a nuestro país de esas arenas movedizas y cenagosas en las que se hunde por culpa de todo lo que hemos hecho (y también de lo que no hemos hecho) en estas últimas cinco décadas.

JK: ¿Por qué tus libros no se distribuyen en las librerías cubanas?

Esa pregunta deberías hacérsela a quienes dirigen la cultura allá en Cuba. Un detalle curioso: en toda mi carrera, el único libro mío que no atravesó ningún proceso de censura fue el primero, Tiempo en cueros. A todos los demás podría hacerles un “expediente de censura”, ya fuera por la oposición de ciertos jurados para premiarlos argumentando razones extraliterarias (y la honestidad de otros para concederme el premio mirando sólo los valores literarios que pudieran tener); ya fuera por los intentos de excluir algunos cuentos (como sucedió con los libros Yo soy el malo, La danza alucinada del suicida y Manuscritos del muerto, que incluso perdió su estructura completa porque me hicieron retirar la noveleta que imbricaba cada cuento como una especie de columna vertebral, de modo que sólo pude publicar los cuentos por separado); hasta la negativa absoluta de algunos colegas editores de las más importantes editoriales, uno de los cuales, por sólo poner una nota más de nuestra “escena bufa cultural”, llegó a suplicarme que no le entregara una novela que él había leído y elogiado mientras yo la escribía “para no verme en la obligación de tener que decirte oficialmente que no puedo publicarla”.  
En simples palabras: mientras fui un “niño bueno” y me limité a escribir mis críticas sólo en mis libros, logré publicar en Cuba, aun cuando incluso fuera así, humillándome ante el poder de la censura, una vez tras otra. Pero cuando decidí no ceder más al chantaje de los censores y, además, asumí mi derecho de decir en entrevistas fuera de la isla lo que pensaba del gobierno, de los problemas que vivíamos, y comencé a actuar públicamente como esa “conciencia crítica de la sociedad” que, según mis credos, debe ser todo escritor, alguien (porque nunca el censor tiene un rostro definido) decidió que mis libros no debían publicarse, ni promocionarse. Pero me siento orgulloso de saber que esos libros que escribí puede que no estén en las librerías, pero circulan de mano en mano, en memorias flash o en copias piratas impresas, entre miles de lectores de la isla. 
Para colmo, mis últimos libros escritos en Cuba o acá en el destierro, como bien sabes, cuestionan bien a fondo la realidad en la isla. Me enorgullece decir que incluso desde que estaba en Cuba sufrí esa censura fuerte, y la causa es simple: en la isla hay muchos autores que se dicen críticos y contestatarios aunque lo cierto es que, como se dice por ahí, se meten con la cadena pero no con el mono. Y mis libros de entonces y de ahora halan la cadena, le sacuden la cola al mono y hasta le dan su buena patada en el trasero para oírlo chillar. 

JK: En un email te comentaba que en las novelas: Si Cristo te desnuda y Las Puertas de la Noche, cabe destacar la forma en la que el teniente Alain se va introduciendo, indagando (con la hondura y el rigor con que trata temas en cierto modo soterrados), en sucesos que dejan huellas emocionales profundas en medio de ese descalabro social, de toda esa miseria física y sentimental. ¿Crees que estos seres que han perdido los sueños inmersos en sus propios conflictos, abandonados a la decepción… logren vislumbrar una salida a esta mendicidad, a esta alarmante pobreza social que exige una atención crítica? 

Hablas de las dos primeras novelas publicadas de la serie “El descenso a los infiernos”, novelas que considero imperfectas a pesar de la buena crítica internacional que han recibido, impacto que me llevó a escribir y publicar las cinco novelas siguientes. Pero, de todos modos, en esas primeras y en las que le siguen en la serie asumo como un punto focal el impacto que provoca en el ser humano esa marginalidad obligada llena de siniestros traumas soterrados y visibles en la que hemos vivido los cubanos durante estos 50 años. Yo, que crecí en una familia humilde que tuvo parte importante en la gesta revolucionaria del 1959, razón por la cual creí que el socialismo era el único camino a la salvación de la especie humana, sufrí un choque fuerte cuando empecé a preguntarme por qué razones nada funcionaba y mi vida pasaba, igual que había pasado la de otros, esperando ese futuro luminoso que cada día se veía más lejos e imposible en medio de tanto desastre, tanta intolerancia y tantos errores políticos. Justo mientras experimentaba  ese choque removedor de mis credos, comencé a leer literatura política, algo difícil porque en Cuba no existían libros que hablaran de otras vías ideológicas o políticas, por lo cual tuve que utilizar vías clandestinas para acceder o conseguir ese tipo de literatura. Te confieso que leer a Winston Churchill decir que “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”, fue otro encontronazo con mis credos, porque era una frase que parecía haber sido escrita para resumir con una exactitud pasmosa lo que nos sucedía a los cubanos. Y esos descubrimientos, lectura tras lectura, ocurrían también precisamente cuando una voz interior que no lograba evitar me gritaba que debía darle cuerpo en mis libros a esos personajes y esas historias de los barrios marginales donde yo mismo vivía, que en esos bajos mundos donde yo intentaba sobrevivir cada día estaban las verdaderas miserias y podredumbres humanas que siempre han sido la cara verdadera de una sociedad y tema de las más desgarradas obras literarias. Así es que entran en mis libros esos seres decepcionados, frustrados, con los sueños perdidos bajo el peso demoledor de la cruz que nuestros políticos les han hecho cargar… seres complejísimos que hablan del descalabro de muchas cosas, entre ellas, el sueño original de la Revolución Cubana. Si logran vislumbrar una salida o no, es algo que podría responderse con una pregunta tal vez más ambiciosa: ¿existe salida a la mendicidad social y moral en la Cuba de hoy? Confío en que sí, pero siento decir que al menos yo sólo veo oscuridad en el túnel.

JK: ¿Crees que escribir es un acto de fe?

Te respondo como cristiano: La fe, según lo veo y dice Dios en su palabra, “es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Cuando uno decide hacerse escritor tiene bastante claro lo que se espera o anhela como resultado de ese trabajo: reconocimiento, fama, posteridad o simplemente realización profesional en un oficio, cosas que varían de acuerdo a la personalidad y credos existenciales de cada escritor; pero, además, es apostar a ciegas por un camino empedrado de obstáculos, cuyo final (gloria o fracaso) no puede verse. Es, entonces, un acto de fe. En mi caso, la fe de entender que es el único modo de no enloquecer, porque (y esto te lo podrán confirmar mi esposa y mis hijos) cuando no escribo me vuelvo un ser insoportable, irritable, ciego, deprimido, agresivo, irracional, lo más cercano que te puedas imaginar a un animal salvaje. Y además, está en mí presente la fe de que el talento que Dios me dio (poco, mucho, mediocre o genial) sirva para empujar aunque sea un milímetro la dormida conciencia de algunos seres de nuestra especie hacia su mejoramiento humano.

JK: Pareciera que en tus libros tratas de salvar la memoria, de demoler los juicios engañosos acerca de la realidad cubana. Alguien dijo que somos de la misma sustancia de que están hechos los sueños. ¿Cuál a tu juicio sería nuestra mayor pesadilla en este desbroce de senderos y acortamiento de distancias?

El miedo, las conveniencias oportunistas y las máscaras, sin dudas, es el conglomerado que da cuerpo a nuestra mayor pesadilla como cubanos. La inmensa mayoría de los cubanos, incluso los que viven en países donde existen todas la razones para zafarse los hilillos que atan sus máscaras, padecemos de un miedo crónico para asumir las responsabilidades sociales, morales y de otra índole que nos tocan a cada uno como seres vivos; padecemos de un egoísmo bochornoso en el cual nadie quiere sacrificarse por nadie y vivimos sólo mirándonos nuestro ombligo y viendo cómo podemos adaptarnos a las circunstancias para sobrevivir, con la misma pericia de un camaleón que cambia el color de su piel; y padecemos de una doble moral perniciosa y pandémica.  Tenemos una verdadera colección de máscaras, pieles y miedos para cada momento de nuestras vidas, especialmente cuando se trata de algo relacionado con nuestro país, y ese es el primer reto si queremos despertar de la pesadilla en la que nos hundieron con engaños desde 1959: ser tal cual somos en todo instante, lo mismo en nuestros momentos de intimidad que en nuestra vida como ciudadanos. Ese conglomerado de pudrición nos hace vivir en la ciénaga pútrida de la mentira: desde algo tan simple como decirle a un amigo “no pude llamarte porque se me olvidó” y no andar inventando excusas tontas supuestamente para no herir al otro, hasta algo tan complicado y riesgoso como decir abiertamente que el mayor responsable de nuestro desastre es Fidel Castro y no cubrir esa realidad, como suele hacer Raúl Castro en sus discursos y algunos colegas intelectuales, diciendo “nos hemos equivocado”, “debemos rectificar”, “cometimos graves errores” , utilizando ese plural que incluye a todos los cubanos en decisiones que sólo se tomaron en la cúpula del poder sin consultar a nadie.

JK: En tus libros te alejas del retrato fácil. A tu entender, ¿cuál es la línea de tu creación donde lo real está condenado a fundirse con lo ficticio?

Crecer en los barrios marginales donde viví durante más de 30 años: en el poblado rural Maceo allá en Holguín; en La Loma del Chivo allá en Santiago; en un miserable edificio ruso en Pueblo Nuevo allá en Cienfuegos; en Párraga, Guanabacoa o Centro Habana, allá en la capital, me hicieron entender que la realidad supera siempre a la ficción. Me hice periodista en un país donde el periodismo es una farsa al servicio de la ideología y no, como debiera ser, un mecanismo de análisis serio y objetivo de todo el entramado de la sociedad, y eso me obligó a asumir un método de trabajo que sigo hasta el presente para intentar que mis libros no se mueran en las superficies engañosas de los mundos sobre los cuales escribo: hundirme en la realidad con el alma de quien forma parte de ella, hurgar en esa realidad con la mirada incisiva y las armas analíticas del periodista, y luego intentar revivir ese mundo real en mis mundos novelados. Eso me ha permitido comprobar en carne propia algo de lo que ya han hablado los filósofos con más profundidad y tino de lo que yo pudiera explicar: toda realidad está permeada de ficción del mismo modo que toda ficción está permeada de realidad. 

JK: Cada semana recibes mensajes de tus lectores en Cuba. ¿Qué significa para ti definirte como cubano en Alemania? Los efectos del exilio… ¿de qué modo han marcado tus sensibilidades?

Lo he dicho muchas veces. Mi destierro, aunque tuvo sus momentos traumáticos, ha sido un regalo de Dios, un proceso de enriquecimiento, de superación, de crecimiento profesional, espiritual y humano. Vivo en el país de escritores que fueron trascendentales para el escritor que soy y leerlos en su idioma ha sido algo fascinante. Aprendiendo un idioma tan difícil y preciso como el alemán he redescubierto las inmensas posibilidades del español y eso me ha hecho aún más puntilloso en el trabajo con el lenguaje en mis libros. Por eso que algunos llaman destino, casualidad, y que yo llamo “El plan de Dios” mis primeros meses en este país los viví en la Casa de Campo del premio Nobel alemán Heinrich Böll, escritor de quien en Cuba había leído tres novelas (Billar a las nueve y media, Opiniones de un payaso, y El honor perdido de Katharina Blum) e incluso dormí en la cama, me senté en la silla y escribí en la misma terraza (y en el mismo butacón) donde años atrás, durante la visita que hizo a la casa de su amigo Heinrich Böll, estuvo el premio Nobel ruso Alexander Solzhenitzin, un escritor que marcó mi decisión de escribir críticamente sobre la realidad cubana luego de haber leído su noveleta: Un día en la vida de Ivan Denísovich y, a escondidas gracias a un préstamo de un escritor que prefiero no mencionar, su novela El pabellón de los cancerosos (en otras ediciones El pabellón del cáncer) y su gran reportaje-testimonio Archipiélago Gulag. Si no bastara con los buenos augurios de esas “coincidencias”, vivir en la que se considera la actual capital cultural de Europa; ser invitado constantemente a universidades alemanas; que varios de mis libros sean temas de tesis acá; poder compartir amistad y eventos con grandes escritores alemanes como, por sólo citar un nombre bien conocido en Cuba, el premio Nobel Günter Grass; que mi obra haya sido elogiada por la prensa alemana y por otro premio Nobel, la escritora Herta Müller, y que ocho de mis libros hayan sido traducidos y publicados en este país, me hace sentir bastante satisfecho de estos ocho años de destierro en los cuales aprendí algo más: a los escritores cubanos nos quisieron hacer creer que si no publicábamos en Cuba nos moriríamos como creadores, y yo he podido constatar que esa es otra farsa manipuladora del gobierno y sus amanuenses en el mundo de la cultura. La literatura cubana no tiene fronteras como ellos dicen; es un universo abierto, libre, de alcance universal donde hay obras y nombres de la isla, del exilio, e incluso de esos nuevos escritores de origen cubano no nacidos en Cuba y que jamás han pisado la isla. Es un concepto mayor que han intentado simplificar de un modo bastante burdo, por simples razones políticas.

JK: Si tuvieras que definir un sueño… ¿qué nombre le pondrías?

Aunque parezca una locura en estos tiempos en que las intolerancias universales han convertido a la fe en una diana contra la que todos apuntan, me atreveré a decir que mi sueño es que mi paso por este corto suspiro que es la vida sea agradable a los ojos de Dios. Una noche del año 2007 tuve un sueño. Un sueño tremendamente hermoso del que apenas recuerdo una brevísima escena: yo estaba arrodillado en el remanso de un río, sentía el rumoreo del agua corriendo entre mis piernas, y tenía la cabeza baja, los ojos cerrados, y a mis espaldas, de pie, alguien echaba agua en mi cabeza con su mano derecha mientras su mano izquierda estaba sobre mi hombro, suave, trasmitiéndome una tranquilidad y una paz que no puedo describir en palabras. Supe que era Jesucristo. En un momento levanté mi mirada y pude ver su rostro. ¡Indescriptible! Pero más curioso es descubrir que yo sentí allí el más hermoso de todos los rostros, la más dulce de todas las miradas, pero no puedo recordar ni siquiera el más mínimo de los detalles de aquel rostro. Me es imposible incluso como escritor describir el rostro de Jesús. Mi sueño, entonces, tendría ese nombre, Jesucristo, el nombre de mi Señor y Salvador.