Etiquetas: Poesía-España
No es un corazón grabado a punta de navaja
en la cándida superficie de corteza
de un álamo, sangrando en la ribera.
Un corazón a modo de diana,
esperando a que el dios melifluo y volandero,
pertrecho de carcaj, flechas y arco
dispare al azar una mañana
contra un ser indefenso.
No, no es eso,
no es fruto de dibujos ni diseños.
No es sólo un sexo
penetrando otro sexo
en un elemental instinto básico.
Gracias, Ovidio, no me sirvió de mucho
haber leído, antiguamente,
ni seguiré a pies juntillas tu Ars Amandi:
ese amor sensual, banal y diletante que retratas,
en el tono más irónico,
envuelto en los versos más bellos de la tierra.
No, no es eso lo que espero,
lo que, tal vez inútilmente,
seguiré esperando.
Es algo más cruel, más letal y más profundo.
No es una flecha al azar; es religar-se
a un mundo total en comunión perpetua.
Es un amor genérico y mayúsculo en que se funden,
en abrazo sangrante, el hombre con la vida,
el hombre con el hombre, el hombre con la tierra.
Es un amor global, sin subterfugios,
jugando a la entrega total…
al todo o nada; a vida o muerte.
Octavio Fernández Zotes.
Bilbao. España.
“Yo pasaré y apenas habré sido,
-frágil destino de mi pobre arcilla-“.
Ángela Figuera.
Si luego viene un dios y me lo pide
Ángela Figuera.
Si luego viene un dios y me lo pide
le ofreceré la historia de mi vida,
porque si a él le sirve, estoy de acuerdo;
a mí no me sirve ya de nada.
Que busque, que rebusque; aquí le queda.
Que escoja lo que quiera, todo es aire;
sólo sueños...humo...paja,
y algún pequeño resto de quimera.
Llorar para llorar porque lloraba;
llorar a un porvenir porque llegaba;
llorar a la ilusión porque se iba;
llorar por aquel tiempo perdido,
aquel tiempo de rosas y de vino,
hueco de amor, de mí...de albas...
Las flores que corté se marchitaron
como un fugaz suspiro,
como una llamarada,
y apenas su perfume me mantiene
esta pequeña voz para cantarlas.
Autor: Octavio Fernández Zotes.
He plantado en el huerto un olivo
esperando que una tórtola nueva
refrene su vuelo, detenga su marcha
y construya en las ramas su nido.
He dejado un arriate de tierra sembrado de flores,
de unas flores nuevas, de nueva esperanza;
esperanza a que llegue el rocío y las llene
de nuevos colores, de colores vivos.
Que no sean las flores que adornan las tumbas;
que se extienda en el huerto reseco un aroma
que avive de nuevo el sentido.
Ahora mismo, en el justo momento
en que dobla el camino su ruta,
y un recodo me nubla la vista;
cuando suena tenaz la sirena
que anuncia que está cerca la hora en que parte
el último navío.
Te has sentado a mi lado en la hierba y, jugando,
han peinado tus dedos mis canas;
ha temblado tu aliento en mi oído.
Y he notado
que la única paz que me queda se encierra en el cuenco
breve de tu mano tibia.
He mirado al olivo y he visto
que la tórtola ha roto una rama y que vuela
orgullosa, sin plomo en las alas,
con la rama de olivo en su pico.
Octavio Fernández Zotes.
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