Relato Finalista II Certamen Internacional de Cuento “Jorge Luis Borges-2008” de la Revista SESAM (Argentina).
Era el recién llegado, un anciano de baja estatura, algo delgaducho y pelón; parecía ahogarse dentro de aquel traje gris en pleno apogeo del verano. Como muchos, había llegado con la urgencia de la contratación de ciertos servicios funerarios. Luego de salvar los trámites correspondientes, su caso, al plantearlo, sufrió varios contrastes de juicios: de total decrepitud a demencia incontrolada, de lamentable chifladura a triste suerte.
Hablaba de un segundo diluvio acontecido en un rincón lejano de la tierra. Allá, donde la civilidad de los antiguos era adoptada por los más jóvenes y el clima era benigno, y prolífica la descendencia. Sostenía la tesis de ciertos individuos X, que insuflaban el reflejo cósmico del universo y solo podían revelarlo frente a cualquier objeto material bruñido, como un espejo. A esta suerte, los X no se miraban en sus superficies, sino las superficies se miraban en ellos, devolviendo el cosmos acontecido y proyectado así en sus almas.
Su intención no era otra que comprar un panteón sin historia, sin recuerdos de cuerpos ni colores de almas; debía enterrar la grandeza pretérita de Ledea, en la latitud más impresionante y mejor conservada. Allí, donde los muros coronaran con sus sombras la infinitud del polvo; en dirección al este, para alumbrar el tránsito de los siglos sobre sus piedras. En el empeño dispondría de toda su fortuna. Filosofó sobre el carácter simbólico de la materia, concediéndole igual importancia al cuerpo de un difunto que a cualquier otra cosa enterrada en su lugar que lo significara, en su caso: el daguerrotipo de un X de Ledea, sobreviviente y luego víctima de un ignorante que apostó por el reflejo del espejo, en pos de hacer fortuna, sin saber que aniquilándolo borraba el antes y después de aquel pedazo de mundo ajeno a la humanidad.
Para decepción del anciano, tal lugar no existía; así que, optó por mandar a construirlo. Aleccionado por ciertas observancias astronómicas, eligió las coordenadas donde el horizonte se manifestaba anchuroso y pleno. Pronto fueron alzándose ingentes estructuras; a veces, groseras en su magnitud, otras, poligonales; en ladrillos sin cocer se imprimieron escrituras silábicas con misterios de arcanos. Tal era el amor del anciano por Ledea.
Con la llegada del tercer año se anunció la ceremonia del sepelio. De todas partes vinieron a presenciar el suceso. Para muchos, era el entierro de un ataúd vacío; para otros, el de un sueño antesala de la muerte; para el dolido, la trascendencia en el tiempo de su patria. A la entrada del panteón destacaba el epitafio breve:
“Ledea ha muerto. Se nos perdió dos veces. Una por voluntad de Dios y otra por inconsciencia. Aquí yace el daguerrotipo de su intento”.
Martha Jacqueline Iglesias
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