Tengo un pecado maduro, casi fiero,
desnudándome el cuerpo… mi guerrero,
con un vicio de fuego milenario.
Tengo tu boca mordiéndome la carne,
rozándome -de sur a norte- la locura,
tengo un gusto en la piel que sabe a amarte,
que se quedó prendido en mi cintura.
Tengo tu nombre clavado en la garganta
y un beso que de lejos me perdura,
un te quiero sahumado por las horas
y tu abrazo que la calma me procura.
Tengo este verso hilado por el viento
en el pecho de estar, en tu figura,
tengo una sed de siempre y yo sí puedo
atentando con el goce a tu cordura.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Del libro: Embrujo de visión
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