3ª. Mención del II Certamen Internacional de Poesía Libre 2009
"Cuando moriré, yo olvidaré pues a mi
hijo (…) ¿Quién puede olvidar?, ¿quién?… si yo lo enterrara claro yo puedo
olvidarme, aunque sea llevando florcita, aunque sea llevando velita, claro yo
puedo olvidar, pero cuando no recojo nada, yo pienso: "parece que está
preso acá en el cuartel, parece que está sin comer, parece que está sin cama,
está en un rincón, cada noche está sufriendo". Así estoy, así pienso, así
pienso."
(Testimonio de una madre de hijo desaparecido)
(Testimonio de una madre de hijo desaparecido)
Nadie lo sabrá
nunca.
¿Cuántas puertas
golpeaste al borde del camino
cuando la noche, en
mal presagios grávida,
iba transida de búsqueda
y ausencia?
¿Y adónde te llevó
el afuera?
Si no a volver
vencida –derrotados los ojos-
sobre tus propios
pasos.
No hay cuerpo que
llorar.
Tampoco brota el
llanto cuando escarbas la fe.
¿Quién tañe en el
paso del que parte
el signo de la
muerte?
Besos líquidos
gotean de tus labios
como antes el
calostro de tus pechos.
Salvaje la ternura
que cala los párpados al viento.
Vuela un pájaro y
tu recuerdo vuela:
tirados por doquier
yacen los segundos de tu última visión
gimiendo sus
endechas,
braceándole el
tránsito a esta suerte.
Nadie lo sabrá
nunca.
La que dice tenerte
apenas va contigo.
Es fuga que
esculpió –a corte de uña- el tiempo.
¿Acaso es ella la
que azoga de un golpe tus entrañas
para poder hallarse
cuando tu cuerpo clausura
las lunas de sus
noches?
¿Qué voz se alza
por ti?
¿Qué rumores son
esos que te tapian en vida
bajo un lecho de
sombras,
que ofician el
oscuro temblor del desamparo?
No. Tus ídolos te
amparan en un ruido mayor.
En lenta procesión
migran más allá de las cifras
los ritos de la
espera;
y un toque de
tambor sutura la herida donde corren
al pie de los
desvelos,
tus miserias.
Con ese mismo
aliento de atizar el carbón
le das un boca a
boca a la esperanza
y sacudes el polvo
de tu adentro.
Nadie lo sabrá
nunca.
La vigilia echa
raíces en tus pies,
mientras tus ojos
le miden la altura al horizonte
con la azafea de un
recuerdo.
¿Qué tanto
permanecer en duda libera de tu pecho
jaurías de temores?
¿Cuánta agua
cambiaste al vaso que le guarda
la súplica a tu
aliento?
No hay lápida en
tus ojos, ni muerto que llorar.
Solo un grito
tendido con hilos de silencio,
en la espera
insepulta al dorso de tu llanto.
Apenas eso.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Del Libro de Poemas: "Del Río Bravo hasta la Patagonia"
Del Libro de Poemas: "Del Río Bravo hasta la Patagonia"
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