Nos vamos sin saber por qué nos vamos,
pero siempre partimos.
No importa cómo ni dónde nos sorprenda
este deseo en vuelo adosado a la sangre
que nos viaja en forma de destino.
Lleva el paso la memoria del regreso,
aunque nunca se vuelva;
porque dejamos gestos regados por el
aire,
como un hilo de prisa,
raíl que el tiempo en su estampida
va soterrando en la intemperie.
La enormidad del mundo añade peso al
equipaje,
vigoroso de tanta ligereza, incluso,
en el no tránsito.
En ocasiones,
petrificados por la inmovilidad también
nos vamos:
cada vez más acostumbrados a quedarnos.
Martha
Jacqueline
Del
Poemario:
Topografías del silencio
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