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jueves, 8 de junio de 2017

Mis amores...




Hoy han vuelto.
Por todos los senderos de la noche han venido
a llorar en mi lecho.
¡Fueron tantos, son tantos!
Yo no sé cuáles viven, yo no sé cuál ha muerto.
Me lloraré yo misma para llorarlos todos.
La noche bebe el llanto como un pañuelo negro.
Hay cabezas doradas a sol, como maduras...
Hay cabezas tocadas de sombra y de misterio,
cabezas coronadas de una espina invisible,
cabezas que son rosa, la rosa del ensueño,
cabezas que se doblan en cojines de abismo,
cabezas que quisieran descansar en el cielo,
algunas que no alcanzan a oler a primavera,
y muchas que trascienden a las flores de invierno.
Todas esas cabezas me duelen como llagas...
me duelen como muertos...

¡Ah...! y los ojos...los ojos me duelen más: ¡son dobles..!
Indefinidos, verdes, grises, azules, negros,
abrasan si fulguran,
son caricias, dolor, constelación, infierno.
Sobre toda su luz, sobre todas sus llamas,
se iluminó mi alma y se templó mi cuerpo.
Ellos me dieron sed de todas esas bocas...
de todas esas bocas que florecen mi lecho:
vasos rojos o pálidos de miel o de amargura
con lises de armonía o rosas de silencio,
de todos esos vasos donde bebí la vida,
de todas esos vasos donde la muerte bebo...
El jardín de sus bocas, venenoso, embriagante,
en donde respiraban "sus almas" y "sus cuerpos".
Humedecido en lágrimas
han rodeado mi lecho...

Y las manos, las manos colmadas de destinos,
secretas y alhajadas de anillos de misterio...
Hay manos que nacieron con guantes de caricia,
manos que están colmadas de la flor del deseo,
manos en que se siente un puñal nunca visto,
manos en que se ve un intangible cetro;
pálidas o morenas, voluptuosas o fuertes,
en todas, todas ellas, puede engarzar un sueño.
Con tristeza de almas se doblegan los cuerpos,
sin velos, santamente vestidos de deseo.
Imanes de mis brazos, panales de mi entraña
como  invisible abismo se inclinan en mi lecho...
¡Ah, entre todas las manos, yo he buscado tus manos!
Tu boca entre las bocas, tu cuerpo entre los cuerpos,
de todas las cabezas yo quiero tu cabeza,
de todos esos ojos, ¡tus ojos sólo quiero!
Tú eres el más triste, por ser el más querido,
tú has llegado el primero por venir de más lejos...
¡Ah, la cabeza oscura que no he tocado nunca
y las pupilas claras que miré tanto tiempo!
Las ojeras que ahondamos la tarde y yo inconscientes,
la palidez extraña que doblé sin saberlo,
ven a mí: mente a mente;
ven a mí: cuerpo a cuerpo.
Tú me dirás que has hecho de mi primer suspiro...
Tú me dirás que has hecho del sueño de aquel beso...
Me dirás si lloraste cuando te dejé solo...
¡Y me dirás si has muerto...!

Si has muerto,
mi pena enlutará la alcoba lentamente,
y estrecharé tu sombra hasta apagar mi cuerpo.
Y en el silencio ahondado de tinieblas,
y en la tiniebla ahondada de silencio,
nos velará llorando, llorando hasta morirse
nuestro hijo: el recuerdo.


Sobre la autora: Delmira Agustini. Poeta uruguaya nacida en Montevideo en 1886, en el seno de una familia burguesa descendiente de alemanes, franceses y porteños.
Desde muy corta edad incursionó en el campo poético publicando su primer poemario, El libro blanco en 1907. Luego aparecieron Cantos de la mañana en 1910 y Los cálices vacíos.
Mujer de gran sensibilidad y sensualismo, asombró a Montevideo y Buenos Aires con sus libros de versos. Contrajo matrimonio en 1913. Su matrimonio fracasó a los dos meses, y un año después, en 1914, murió asesinada por su marido quien se suicidó después.
Después de su muerte se publicaron dos composiciones más: El rosario de Eros y La alborada. ©

Pintura de Omar Ortiz

miércoles, 7 de junio de 2017

Tu vuelo...




Ya todo es después en los conjuros…
tu vuelo fue soborno dos veces en lo inefable.

Con el ayer en el portal de la memoria,
tanta marcha a favor de un sello en la vigilia…
donde creíste encontrar las posesiones,
algún paso invisible en el umbral,
un idioma de sombras atravesando el río de la muerte,
tu parte legendaria en lo que ha de venir.

Tal vez sea imposible llegar al otro lado
sin el oro del rastro que te dejaste aquí…
entre la ausencia del que parte
desde su nacimiento a lo logrado…
con sus antiguas lámparas que abren
hacia el altar de la indulgencia
entre los testimonios de la luz,
o con el soplo de algún astro
sobre el escribiente de los dioses
inmolado en nombre de algún sur
que trueca la lumbre del mañana
por un siglo a punto de nacer.

Tal vez te pruebes de nuevo los disfraces:
los verdes, las nostalgias, los por qué,
los sitios solitarios uno por cada año,
los límites, lo roto, lo divino…
y todo te transcurra sin saber.


Esteban D. Fernández
Del Poemario: "Recuérdame".

martes, 6 de junio de 2017

Vidalero...



cuando dios te queda lejos y el miedo montó un caballo más rápido que tus ojos,
no es de hombre gritarle al viento un odio largo…
lo voy mascando en silencio,
canto bajo pa’ sentirme y que nadie más lo sepa;
por otro lado, el camino me enseña que uno anda odiando su misma prole de infiernos,
y, de amigo canta bajito nomás, pa’ que yo lo sepa y nadie más pueda oírlo…

salta a veces a mis manos un grillo flacucho, de esos que ni pa’ lágrima canta,
y yo me quedo mirando la belleza de ese mundo que otros sospechan barato…
rápido no me he de ir, eso lo juro, mi niña,
si por más irme es que vengo de donde nada termina,
una cruz sobre la frente que se le llama memoria,
un poema en la garganta pa’ no resignar ternura
y una vidala viajera,
que no se va, que me salta a veces, flacucha, fea, en las manos…

y es por vos que se me arrima a domesticar el alma,
mintiéndome chiquitito que los huesos no son leña pa’ quemarse lentamente,
que el corazón no patea, que trae dulzura la caña tragada como agua buena…
la verdad no me molesta, pero me gusta pasarla por el vidrio de tus ojos
y ver qué secretos cuenta, qué airecito le da a un grillo, qué razones me entrevera…

si yendo por esas sendas donde el amor se perfuma
la carroña me rodea con ganas de machacarme los dedos pa’ hacerlos tumba,
pero allá lejos, mis miedos, a caballo lanzan gritos,
no de odio, no de miedo… de sencillitos nomás cantan vidala…

“pues pa’ besar es que guardo tus lágrimas en mi boca,
como un rosario de piedras y florcitas araucanas,
que algún duende vidalero le menudeó a la llovizna
y las floreció en tus párpados, mi niña”…

…así me ronda la copla que me dejó un grillo viejo,
y es por vos que se me arrima a mimosearme en los labios
que se hermosearon primero en tu sonrisa,
viajando largo…


Horacio De Stefano