jueves, 14 de julio de 2022

Poesía de Enrique Lihn



PORQUE ESCRIBÍ


Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.
Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendía la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.
Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
-¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria-.
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real
(días de mi escritura, solar del extranjero). 

Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
-allí, por un momento, siquiera, en esa altura-
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.
Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.
Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo. 

Sobre el autor: Enrique Lihn (1929-1988), escritor y poeta chileno que nació en Santiago y estudió pintura y dibujo.
Dirigió el Boletín de la Universidad de Chile, fue secretario de redacción de Alerce (revista de la Sociedad de Escritores de Chile) e investigador del Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. Su poesía —conceptual, surrealista, a veces hermética— ha sido definida como “figuración del mundo como drama cotidiano”, que resuelve entre la ironía y la abstracción.
Algunos de sus títulos son: Nada se escurre (1949), Poemas de este tiempo y de otro (1955), La musiquilla de las pobres esferas (1969), Paseo Ahumada (1983), Mester de juglaría (1987), Diario de muerte (1988), que contiene los últimos poemas que el autor pudo escribir antes de su fallecimiento y con toda la tensión del enfermo desahuciado. También cuentista (Agua de arroz, 1964), ha sido profusamente antologado en ambos géneros.
Ha recibido el Premio Casa de las Américas (1966) y Municipal de Santiago (1970).
Murió en Santiago de Chile.

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