Era mi vida aquel jardín… era mi
vida.
Crecían rosas por doquier y en
él,
el aire olía a inciensos recién
prendidos.
Mi tiempo absorto se consumía
en el espacio que limitaban sus
cuatro aristas.
Del Norte un viento
que trajo lluvias por varios
días… lo destrozó,
y al ver sus restos, lloré sus
pétalos:
uno por uno, de cada flor.
Volví a sembrar nuevas semillas…
aré la tierra,
quise salvarlo,
llagué mis manos en el intento
pero lo muerto queda enterrado.
Y aquel jardín,
aquellas rosas que eran mi vida,
un algo ajeno… imprevisible,
logró arrancármelo.
Cada forma de aquello bello…
aquel aroma…
en mi memoria,
en mis sentidos quedó grabado,
y en mi nostalgia pintó mi mano
en finos lienzos aquel recuerdo
para acercarlo.
Hoy mi jardín ha florecido.
El viento del Norte lo hizo ser
el preferido de muchos otros,
que como yo, al verlo huelen:
olor a inciensos recién
prendidos,
en cada óleo.
Era mi vida aquel jardín…
y aún es mi vida, ya en otra forma,
en otra vida.
Martha Jacqueline