lunes, 9 de julio de 2012

ABRAXAS

Mundo, bajo los pies, tu pozo sirve completamente dado. Se hace el agua y, con ella, el dardo del mañana clava su finitud. Las muy poco profundas, podrían hacer de este pan nuestro el de la desgracia.
Ojalá pudiera uno perderse, lograr clemencia por la pila de huesos que aún no fue ofrendada; y perdurar siquiera intraducible sin provocar la ira de algún dios.

Lejana criatura
con la intemperie a punto,
siempre presta a caer,
signada por el légamo de un sueño
crecido antes de abrirse.
Tu camino fue salvo de serpientes
a las que dar con el bastón,
no fuiste ciega a tu pesar,
y tuyo fue lo suspensivo
del labio dado en la distancia.

Quizás pensaste
que era la piedra del designio
fondeando la hondura de tus ojos,
algún disperso palpitar
de la vigilia que levanta;
dejándote habitar por la creciente
de aquella antigua promisión
echada al fondo como ancla, inamovible.

Bajo las uñas de sus brazos
testificó la sangre de tu adentro,
su cetro oscuro descollando
sobre lo terco del oleaje;
y solo el eco y tú como sonar del tiempo,
contra todo pronóstico inflexible,
el sitio exacto para erigir la madriguera
donde la trampa del no olvido
sirve visiones de carnada.

¿Recibirá la boca lo tardío?
¿Seré la que seré cuando el sol duela?

No pude yo lograrme
el desencuentro, la soledad de ser,
la inicial de mi estirpe montada sobre plata
(para no enfermar de luna).
Aquello que en mí fue
no pude nunca conciliarlo,
con el latido elemental
de lo nacido en la garganta:
un nudo vertical donde asistir
al huésped necesario,
contenido y febril, tan de mi cuerpo.

En cambio me di la hora de los ojos:
sus ojos. Y el más allá y el nunca no
y el róbate el fuego del sol para matar el frío.
Y su nombre prendido en voz alta en mi boca,
tocando de verde-siempre, sus orillas.

Abraxas muda, amuleto de mi perdición.
Me di el salvarnos.