martes, 28 de junio de 2016

Código Balalaika





 Con lágrimas en los ojos y arrodillada entre las cenizas, Marie Kovasky trataba de rescatar la frase retenida en su memoria. La transitoriedad de un gentío se aglomeraba en torno a ella. Todos observaban atónitos las llamas casi extinguidas que en cuestión de pocas horas habían devorado prácticamente en su totalidad la estructura de aquel edificio de cuyas estrictas formas clásicas, ahora, solo quedaba el recuerdo. Advertía, a lo lejos, las murmuraciones de los allí presentes, muchos de los cuales sabía que solo se habían acercado para satisfacer una curiosidad desconocedora de límites, y para tener un tema a la hora de las tertulias vespertinas que, avivadas por lenguas inconscientes, causarían un siniestro mayor que el ocurrido.
Nada le había quedado. Sus pocas pertenencias se habían transfigurado en polvo. Todos fueron alejándose poco a poco, en la misma medida que el suceso dejaba de ser una novedad. Un silencio sepulcral fue adueñándose del lugar. El ruido de unos pasos a sus espaldas fue captado por su subconsciente, mientras su mente, desentendida del mundo exterior, ya no daba crédito a su propia existencia.
—Vamos hija, levántate. No hay marcha atrás cuando todo queda reducido a cenizas —oyó que alguien le decía.
Se volteó y alzando los ojos en un gesto involuntario advirtió la encorvada figura de un anciano que, con gesto decidido, le extendía su mano. Marie entrecerró los ojos. Las luces del atardecer se proyectaban desde las espaldas del viejo cuyo contorno resplandeciente simulaba una aparición divina.
—Como el ave Fénix renaces hoy. Lo perdido no es más que el comienzo. Nada de lo que fue volverá a ser porque lo que es, no es más que lo que acontecerá —le dijo mirándola fijamente.
—No entiendo lo que quiere decir —manifestó confundida.
—Entenderás. Las respuestas a tus interrogantes están en las soluciones de las dificultades que se avecinan.
—¿Qué más podría suceder? Se ha perdido todo —expresó angustiada.
—Has sobrevivido. Debes entender que mientras exista vida, respira la fe. No puedes permitir que tu aflicción de una noche provoque un lloro que te impida ver la luz del resto de los días.
—¿Quién es usted señor?
—Soy Tula. El señor de los caminos.
—¿Puede decirme acaso adónde conduce el mío? —preguntó incrédula.
—Tu camino conduce a tierras lejanas donde comenzarás una nueva vida. No tendrás que trabajar por alimento, pues todas las necesidades te serán satisfechas conforme a tu desvelo.
—Me gustaría tanto entenderle… pero, si todo lo que dice es cierto, puede decirme acaso, ¿cuándo he de morir?
—Nunca morirás.
—Eso es imposible; nadie es inmortal.
—¿Eso crees? Cuestión es, de puntos de vista. Tu espíritu quedará prendido del velo de la tierra por siempre. Generaciones tras generaciones inevitablemente te conocerán.
—Pero señor… —su frase quedó interrumpida.

Tula había desaparecido. Por un momento quedó desconcertada. ¿Había perdido el raciocinio o acaso era ese anciano el que estaba fuera de su juicio? Marie dio un paso hacia adelante, el primero que la alejaba del lugar, y recordó lo que continuaba a la frase retenida en su memoria: “Una vez derramadas las copas del mal…”, luego echó a correr y de golpe vinieron las palabras a su mente completando la idea evocada:
Los ángeles de la salvación fueron distraídos por el demonio. Una vez derramadas las copas del mal de nada vale intentar volverlas a su sitio, porque el juicio vota a favor de concentrarnos en tratar de salvar… lo aún no perdido”.

Martha Jacqueline