martes, 28 de febrero de 2023

Olga Orozco: “Hechicera de formas y vocablos”



Entrevista efectuada a Manuel Ruano a raíz de reparar y prologar la edición de la “Obra poética” de Olga Orozco, editado por Editorial Biblioteca Ayacucho, Caracas 2000.

Fuente: Internet


“Desde lejos” es un libro lleno de ruinas, abismos, soledad, nostalgias. Hay como demasiada conciencia del lenguaje en él: las flores son “polvorientas”, los cielos están “abandonados”. ¿De veras cree que es el libro de la infancia? ¿No es quizás el libro del despertar?

No es tan lineal... Definitivamente no es el libro de la infancia. Tampoco del despertar. Más bien, pienso, es el libro de un peregrinaje interior. A los 14 años en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, Olga fue una enigmática discípula en ocultismo de una sombrerera italiana llamada Teresa, quien le enseñó todo lo que pudo acerca de sus misteriosas artes, depositando en ella su fe y conocimientos, entre otras cosas, del tarot. Así que desde muy niña, aprendió el lenguaje misterioso de los arcanos mayores y menores y las relaciones, por ejemplo, que hay entre una reina, un paje y un bufón, en una disposición de cartas. Ella era capaz de “leer”, literalmente hablando, una casa, un jardín o los registros de la memoria de sus difuntos. Eso es parte de una realidad que tiene que ver con los recuerdos de su infancia. También supo del lenguaje de los vientos, las arenas, los cardos, las hojas secas y los médanos que cambiaban de lugar con aquellos vientos de su niñez. Es muy posible que esas huellas de su memoria, ejercieran una nítida acuarela de fantasmas y de recuerdos en sus primeros poemas. Cuando escribe este libro tiene 26 años y ya es dueña de un lenguaje poético milagroso para la lírica argentina. En una palabra, toda la poesía de Olga mantiene un eje a través de los tiempos, donde articula los instantes que va fijando de aquel pasado y aquellas sensaciones, que ella misma fue descubriendo entre la poesía y la magia. De las tantas charlas que mantuve con ella, recuerdo aquello de “construyo mis poemas para habitarlos, para vivir en ellos”


Hada, bruja, hechicera de las formas y vocablos, me parece que toda esa aspiración del soñar despierta, de “reinventar la naturaleza en sus dimensiones secretas”, como usted afirma de esta poesía, que es muy onírica, se comunica con el credo surrealista de la época. Tengo la impresión de que esquiva conectarla con esa corriente.

La suya es, no podría dejar de ser, “una escritura de la ensoñación”, como se desprende de su lenguaje poético —más que surrealista, surrealizante y hasta neofantástico en todas sus manifestaciones. No se la puede clasificar en el surrealismo ortodoxo, a la manera de Aldo Pellegrini, Porchia o Enrique Molina, para poner unos casos. Se cuidaba bien de tal distinción. Con “el surrealismo lo único que tenía en común, era una actitud hacia la vida y, a lo mejor, una cercanía de algunas imágenes oníricas”. “Nunca he hecho asociación libre ni escritura automática. Si lo hiciera, es posible que desembocara no en el poema sino en la plegaria”, dijo en una oportunidad. Ya ves que mi prudencia no es esquiva.

No entiendo cuando afirma que esta poesía “respira cósmicamente”. A menos, claro, que lo cósmico comulgue con lo pagano e inframundano.

Va mucho más allá. Parte de una filosofía: el gnosticismo. Rimbaud, en “Cartas del vidente”, habla de la arenga que será del alma para el alma. Hay, si se quiere toda una consideración panteísta al estilo de Blake, de cosmovisión de la naturaleza, de las escrituras y de Dios, en definitiva. Todo esto armoniza con uno de sus poemas, “Animal que respira”, donde dice: “Respirar y exhalar. Tal es la estratagema en esta mutua transfusión con todo el universo”. Es decir, que hay un trasfondo eminentemente filosófico y sutilmente metafísico en sus versos.

Usted sitúa “en el espacio de lo esotérico y, seguro, de lo místico” a “Los juegos peligrosos”. ¿No está más conectado, precisamente con una voz trágica como de Sibila, oracular?

Ciertamente. Es la metáfora del cielo y del infierno a nivel de lo cotidiano. Con este libro se inicia en la poética de Olga una introducción a la cartomancia, una incursión a la astrología, la magia y el onirismo, como búsqueda para desarmar hechizos y formular ensalmos. Es el momento del talismán y la invocación. La palabra anuncia la eficacia del poder. En este aspecto hay vasos comunicantes con el credo surrealista. Breton decía que nada de lo que nos rodea es objeto, todo es sujeto. Y en este aspecto el libro es un verdadero pronunciamiento entre el mundo real y el mundo invisible. Ella me decía que le gustaba ese título, “Los juegos peligrosos”, porque los días que vivimos son peligrosos.

En “Cantos a Berenice” hallamos el trabajo de construir un personaje. Uno acude con asombro al levantamiento de esta arquitectura de lírica fresca y dulce, ¿no?

Claro, es un libro de un profundo lirismo. Hace poco en la Casa de Bello dije allí que los poetas chinos y Baudelaire veían la hora en los ojos del gato. Esto creó ciertas interrogantes entre quienes desconocen que Olga “veía” a través de los ojos de una gata llamada Berenice, que predecía el futuro y le transmitía imágenes de Babilonia, de Egipto y de otras historias más domésticas que recorrían su imaginación. La gata Berenice, para su progenitora, era la mensajera de lo invisible y al mismo tiempo, lo que vulgarmente se conoce como medium entre el más acá y el más allá. De esa experiencia surgió una relación oracular con su Bubastis y su Bast, la diosa-gato en el panteón egipcio. Este libro pone de manifiesto ese contacto con el mundo de lo no tangible.

 Mutaciones de la realidad”, ¿es un libro desesperanzado, pesimista? “¿Dónde fue sepultada la semilla de mi pequeño verbo, aún sin formular?” “¡Un puñado de polvo mis vocablos!”

Es un libro de un dramatismo interior, en el que hay rebeldía y, a la vez, una cierta desesperanza. Sin embargo es un desafío a la muerte. Hay en este paisaje un bellísimo poema llamado “Presentimientos en traje ritual”, donde confirma el sentimiento del saqueo del alma: “Me saquean a ciegas, /truecan una comarca al sol más vivo por un puñado impuro de tinieblas, /arrasan algún trozo de cielo con la historia que se inscribe en la arena...”. Y, entre otros, “Atavíos y ceremonial”, que tiene una concepción neofantástica del discurso lírico.

En el libro breve “En el revés del cielo” (1987), la poesía aparece como en los inicios, escrita en verso libre, lujosa. Están aquí todos los registros de una voz obsesiva y coherente en el tiempo, en la que uno siente como una conciencia de la despedida. El poema “Testigos hasta el fin” es un gran testamento.

Olga tiene eso que nunca debió perder la poesía: la inspiración. Para los poetas antiguos la inspiración era algo natural, precisamente porque lo sobrenatural formaba parte de su mundo. La poesía de Olga era de largo aliento. Allí hay grandes poemas como “Catecismo animal”, “Al pájaro se lo interroga por su canto”, “La sibila de Cumas” y, entre otros, “Testigos hasta el fin”. Toda la poesía de Olga es un largo poema. Parece haber una continuidad en sus palabras. Ella es la que sueña despierta como una sacerdotisa de nuestro tiempo para vaticinar la Caída. En los versos finales del último poema de este libro, “En el final era el verbo”, hay una lucidez que sobrepasa cualquier razonamiento. Ella escribe: “Miraba las palabras al trasluz. /Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo. /Quería descubrir a Dios por transparencia”.

¿Será entonces que como en los grandes naufragios, la poesía cumple el papel de rescatar los objetos preciosos del alma, que la prontitud de las aguas no ha hundido para siempre?”. La interrogante es suya: ¿Será?

Esa pregunta está muy a propósito con una definición que me dio ella misma: “Mi poesía está bastante cargada de esa cosa oscura, de lo onírico, de lo que no es tierra firme; inclusive a través de la creación, hay veces en que uno tiene bastante temor, cuando se hunde muy profundamente, cuando se sumerge para asir lo que es casi inasible, de no regresar a la superficie, porque el hilito con que uno queda unido a esa realidad es muy débil”. Ahora, cuando se trata de una gran poeta, esa posibilidad se da. Y en el caso específico de Olga, acaso la poeta hispanoamericana más importante de los últimos tiempos, la interrogante se responde a sí misma.

No aparecen los últimos libros de Orozco en esta edición.

No sé por qué extraña razón no salieron en la “Obra poética”. Se trata de “Con esta boca, en este mundo”, (1994) y “También la luz es un abismo”, un libro en prosa, de 1995. “Con esta boca, en este mundo” es un libro que es, en una palabra, una radiografía del alma. En sus poemas puede visualizarse como en Yeats, la gran memoria de sus antepasados muertos. Del libro en prosa, para quienes estudiamos su obra, sabemos que se trata de una prosa en verso. Podría desentrañarse de ese extraño título, “También la luz es un abismo”, un aviso de la proximidad de la muerte. En suma, su obra poética es un solo, milagroso y extenso gran poema de las letras de Hispanoamérica.


Sobre Olga Orozco:

Poeta argentina nacida en Toay, La Pampa, en 1920. Su infancia transcurrió en Bahía Blanca hasta los dieciséis años, cuando se trasladó con sus padres a Buenos Aires donde inició su carrera literaria. Trabajó en el periodismo empleando varios seudónimos, dirigió algunas publicaciones literarias, hizo parte de la generación «Tercera Vanguardia» de marcada tendencia surrealista, y basó su producción poética en la influencia que en ella ejercieran Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz y Rilke.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas y distinguida con los siguientes premios:
  • Primer Premio Municipal de Poesía
  • Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía
  • Premio Municipal de Teatro por una pieza inédita titulada “Y el humo de tu incendio está subiendo”
  • Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes
  • Premio Esteban Echeverría de Poesía
  • Primer Premio Nacional de Poesía
  • Gran Premio de Honor de la SADE
  • Láurea de Poesía de la Universidad de Turín
  • Premio Gabriela Mistral, otorgado por la OEA
  • VIII Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en Guadalajara, México, 1998
Becas
Beca del Fondo Nacional de las Artes, que le permitió, durante nueve meses, recorrer España, Italia, Francia y Suiza.
Falleció en 1999. ©




Conversación con el ángel

Contigo en aquel tiempo yo andaba siempre absorta,
siempre a tientas, a punto de caerme, pero indemne y eterna,
tomada de tu mano.
Ya casi te veía, lo mismo que al destello de un farol en la niebla,
una señal de auxilio en la tormenta.
Sí, tú, mi sombra blanca, transparencia guardiana,
mi esfinge azul hecha con el insomnio y el íntimo temblor de cada instante,
igual que una respuesta que se adelanta siempre a la pregunta.
Sin duda en algún sitio aún estarán marcados tus dos pies delante de mis pasos
porque te interponías de pronto entre mi noche y el abismo.
Sospecho que convertías en refugios dorados mis peores pesadillas,
que apartabas las setas venenosas y las piedras sangrientas
y venciste acechanzas y castigos.
Tal vez hasta me contagiaras la sonrisa
y lloraras después un larguísimo tiempo con mis lágrimas, vestido con mi duelo.
Después, mucho después, en esos años en que creí perderte
en algún laberinto o en una encrucijada,
fue cuando me dejaste a solas, tan mortal, en el destierro.
Quizás te convocaron de lo alto para un duro relevo,
y acudiste como un vigía alerta sin mirar hacia atrás,
aunque a veces descubrí tu perfume de nube y de jazmín en una ráfaga
y hasta palpé la suavidad que deja la huida de una pluma debajo de la almohada.
Ahora, ya replegada toda lejanía con un golpe ritual,
como en un abanico que se cierra,
frente al fuego donde arde de una vez el lujoso inventario de todo lo imposible,
contemplamos los dos el muro que no cesa,
no aquel contra el que lloraríamos como estatuas de sal a la inocencia,
su mirada de huérfana perdida,
sino el otro, el incierto, el del principio y el final,
donde comienza tu oculto territorio impredecible,
donde tal vez se acabe tu pacto con el silencio y mi ceguera.